La Bandera de España

Vía de Escape

No voy a discutir por una fecha, no voy a discutir por casi nada en realidad. Así que si el independentismo catalán da por bueno que ese territorio es España y además por la imposición de la fuerza desde hace 300 años, pues 300 años, me olvido de todo lo que estudié en Historia, merece la pena para llegar a cualquier acuerdo. Un problema menos. Prefiero darle la vuelta a todo esto: vamos a imaginar que Catalunya lleva como estado soberano y vecino desde hace 2.000 años. Y que lo gobierna el señor Puigdemont con todos sus socios. Y resulta que Inés Arrimadas, Iceta y, lo peor, Xavier García Albiol, van acumulando un respaldo que ronda el 50% de la población, depende de los días y del penúltimo escándalo, para adhesionarse a España. Los 'unionistas', con ese apoyo, sostienen que no hay nada que negociar, que se hace un referéndum sí o sí, aunque Puigdemont y el estado catalán entiendan que no es constitucional y que con esa división tan evidente, una consulta sólo puede llevar a un fractura sin solución de su más o menos ordenada sociedad. Se prohíbe por tanto la consulta y los 'unionistas' mantienen que declararán unilateralmente la adhesión en cuatro días si gana su propuesta por mayoría simple sin que le importe que no haya garantías, que no haya ni urnas, ni que no vaya a votar una parte muy relevante de la población, porque es la recomendación legal del estado catalán. Además, los 'unionistas' aseguran que no tienen nada que hablar con el estado español, que si ganan su consulta, pues se integran como una comunidad autónoma más, además de las históricas, de las pata negra. Así sería la cosa. ¿Aceptable? ¿Mínimamente lógico? Puigdemont se llevaría las manos a la cabeza, con razón. Sería una locura porque pasara lo que pasara, perdería todo el mundo, perdería la gente, que es lo que de verdad importa. 

Sé que no hay que juguetear con la soberanía, pero también he aprendido que ni las relaciones más entrañables y consolidadas son para siempre en estos nuevos tiempos que no son tan nuevos. No soy nacionalista, de ningún tipo, pero tengo una niñez, unos recuerdos y para mí Cataluña es parte de todo eso. Pero admito, claro que admito, que se piense de otro modo y que ese pensamiento se imponga por mayoría, pero como todo lo importante de verdad, tiene que ser una mayoría reforzada, para que la convivencia sea posible el día después, para que permanezca en el tiempo y no vuelva loco a todo el mundo. Lo único razonable, aunque lento, más lento de lo que algunos quieren, y más difícil, es primero lograr una mayoría independentista mayor, testada en las elecciones catalanas que vayan llegando. Y cuando esa cifra, si se logra, sea reforzada, indiscutible, como tiene que ser todo lo importante, pues se va a Madrid y se plantea el siguiente paso, que tiene que ser sin duda alguna convencer a otra mayoría, que con ese sentir de un pueblo de forma evidente y reforzada, algo hay que hacer. Y entonces, con el debate adecuado, emocional y práctico, se cambia (espero) la Constitución hasta que una mayoría se vea reconocida en ella, incluido el derecho a un referéndum para la independencia de algunos territorios, de uno o de quince, votando unos y otros, seguramente con particularidades, pero escuchando la voz de todos. Habrá mucho que cortar en ese traje, pero la lógica se terminaría imponiendo, seguro. Yo particularmente pediría lealtad entre los negociadores, aunque sospecho de todos los nacionalistas, de todos lados, me parecen desleales, me parece que siempre quieren más de lo que dicen querer. Quieren todo. Unos, que la bandera de España presida el Parlament con cierto recochineo y otros que Catalunya sea independiente a cualquier precio y pasando por encima de quién sea y lo qué sea. No son de fiar los extremistas. Esto, como casi todo, deberían dejarlo en manos de nuestros hombres y mujeres más sensatos. Pero como casi siempre, porque son más ruidosos, los exaltados se toman como referencia, por eso estamos tan lejos de una posible solución. 

Seguramente, ese sentimiento, esa necesidad de los independentistas, se parezca a mi relación con la monarquía. Yo soy republicano, no porque los Borbones sean así o asado, me dan igual, es más, lo mismo votaría a Felipe de Borbón como presidente de la República, ya que ha estudiado y se ha preparado para algo parecido, pero soy republicano por el simple hecho de que entiendo que nadie debe ser más que nadie por el simple hecho de nacer, al menos que nadie lo sea porque lo diga la Constitución. Sé que la vida luego es como es y que el Banco sí dice quién es 'más' que quién, pero no que lo diga la Constitución. No paso por ahí. O sí. Para mí es parte irrenunciable de mi forma de convivir. Y sé, porque es así, que si algún día hay una mayoría que piense parecido en ese punto, pues se tendría que cambiar ni más ni menos que la Constitución, y que eso necesita una mayoría reforzada. Y mientras mi opinión, por muy arraigada que la tenga, y seguramente compartida por mucha gente, no llega a ser mayoritaria y claramente mayoritaria, pues me fastidio, me aguanto, porque de lo contrario, hasta si 'gano' en realidad pierdo.

Necesitaba dar esta simplona reflexión en voz alta sobre un tema que me tiene preocupado, que no me permite escribir de Berizzo o Quique Setién, entre otras cosas, porque cada mañana, cuando me levanto, en plena Alameda de Hércules, me encuentro una bandera de España en la casa de enfrente más grande que el balcón. No me ofende, para nada, claro que no, pero antes no estaba. Y sospecho por qué sí está ahora.  Y me inquieta.