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La emoción de ser atracado en Nueva York

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
23/01/2017

El bético puede olvidarse de su equipo hasta que, mediado agosto, se reanude la Liga. Y esto, lejos de ser la desgracia que parece que es, constituye una suerte: significa que esa infecta mamarrachada a la que algunos, en el colmo del cinismo, denominan “planificación deportiva”, no conllevará el descenso que habría merecido en una temporada normal. Por suerte, están el Sporting y tres más como el Sporting (uno de ellos incluso se salvará) para impedir el fatal desenlace. Pues ni siquiera a uno de los integrantes del pelotón de cola más patético de la historia consiguió ganarle el Betis. Luego, algunos esencialistas se extrañarán de que la gente pite: una lluvia de pianos de cola habrían merecido los responsables de semejante desaguisado. En la víspera de la visita de los gijoneses, un aficionado cabal razonaba sobre la conveniencia de una derrota: “Lo probable es que vuelva a perder contra el Barcelona y así, teniendo en cuenta que bajar este año es imposible, por lo menos nos metemos en febrero con algo que jugarnos, aunque sea la salvación. La única alegría de toda la temporada pasada fue amarrar la permanencia pero este año, ni eso…”. Otro socio verdiblanco reponía que era preferible ahorrarse el susto, más que nada por la salud de los cardiópatas, y su argumento trasladaba a la disyuntiva entre los sistemas capitalistas y comunistas resuelta de forma brillante por Felipe González en los primeros ochenta: “Es mejor morir de un disparo en Nueva York que de aburrimiento en Moscú”.

Para entretener al personal, Víctor regaló la extravagante titularidad de Zozulia, que no mostró más que impotencia y hasta motivos para el cachondeíto de la grada, que jaleaba con guasa sus intervenciones. Su fichaje sigue siendo un misterio... si no algo más sospechoso. En agosto, había un serio problema en el banquillo (el primer regalito de Torrecilla) llamado Gustavo Poyet, que se solventó con su feliz destitución. El sustituto no ha aportado gran cosa, excepto una vital dosis de sensatez consistente en sacar del ostracismo a Dani Ceballos y en darle a Rubén Castro el sitio que merece, que es el once titular y haga-usted-lo-que-le-plazca. Siempre, y con la única excepción de que tenga tres de las cuatro extremidades amputadas. Sin los dos mejores sobre el campo, el segundazo no era imposible. Ahora bien, extraña que Víctor no se apease de su idea (legítima pero conservadora en exceso, dadas las circunstancias y la feble oposición), de agregar defensores. Con cinco jugó todo el partido entre los indignados bostezos de la concurrencia. En fin.


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