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La golondrina Vicandi y la teoría eterna primavera

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
30/01/2017

Incluso en la aproximación al fútbol profesional, ese mundillo cínico cuyos protagonistas defienden una cosa y su contraria con cinco minutos de diferencia, es necesaria una mínima coherencia. Por ejemplo, la afirmación “hablar de los árbitros es cosa de perdedores” puede ser una máxima o una paparruchada, elijan, pero no ambas cosas a la vez según y cómo sople el viento. Al sevillista lo asuela este lunes la sensación (lógica) de haber sido perjudicado en Cornellà por una injusticia decisiva. Vicandi señaló un penalti dudoso, incluso muy dudoso, y decretó una expulsión que excede en rigor a las últimas recomendaciones de la International Board. (Más o menos lo mismo le ocurrió en Eibar al Betis y a Piccini.) Una vez cometido el desafuero, y exorcizado mediante el correspondiente desahogo, conviene pasar a otra cosa. ¿Por qué? Pues porque la extracción de conclusiones conduce directamente al ridículo. El hincha y el periodista de campanario, el primero porque va en su condición (así debe ser) y el segundo porque no ve más allá de la linde de su pueblo, podrán construir tremebundas teorías sobre la predeterminación de los resultados por intercesión de unas sórdidas mafias arbitrales. Pero si los colegiados falsean el fútbol, ¿no serían los permanentes triunfos del Sevilla una consecuencia de ese falseamiento? ¿Acaso la mafia estaba en huelga el día de Pamplona, el día del Deportivo, el día del Betis o, acuérdense, en la primera parte de la última final de la Liga Europa?

O sea, que los árbitros favorecen al Sevilla. En absoluto. El Sevilla gana tanto últimamente, que algunas veces lo hace ayudado por errores arbitrales, otras mediante un golpe de buena suerte… y casi siempre porque se lo merece. Esta evidencia aritmética puede aplicárseles también al Barcelona (perjudicado en el campo del Betis y Adán, que lleva años lloriqueando por los arbitrajes, dice tras el partido que “sería injusto centrarse en una jugada”: qué gracioso) y al Real Madrid. Tan grande es el poder de Florentino Pérez, tanto determinan sus maniobras oscuras el devenir de los campeonatos… que es el presidente madridista con peor porcentaje de títulos ligueros de la historia: ha ganado cinco en dieciséis años. Sucede que no hay dato, por rotundo que sea, capaz de resistir a una buena conspiración. Se clamó hace un mes, porque es verdad que la actuación de Mateu en la ida de los octavos fue espantosa, que una malévola alianza de oligarcas y operadores televisivos jamás permitiría la eliminación de los madridistas de la Copa. Una teoría impecable… hasta que el Celta lo eliminó en la ronda siguiente. ¿Se le olvidó a Butragueño enviar la cabeza de caballo al hotel del árbitro de turno? ¿No tuvo nada que ver la alineación de Correa y Ganso en el Bernabéu?

En el reparto de la pedrea arbitral, y es cierto que las altas instancias futboleras son renuentes al uso del vídeo porque ello reduciría la discrecionalidad, el Sevilla es un afortunado. Primero, porque igual que es necesario para el artista “que la inspiración te pille trabajando” (Picasso), conviene a los equipos que el error favorable o el soplo de la suerte no acaezca cuando el rival ya ha marcado cuatro goles, pues su efecto sería nimio. Segundo, porque el presidente Castro ha comprendido que la ‘finezza’ diplomática es mucho más efectiva que la fanfarronería y los simiescos puñetazos en el propio pecho. (Tampoco en esta tarea lo ayudan los violentos que ensucian permanentemente el nombre del club, por cierto.) Excitar a los incondicionales con discursos corrosivos es cosa distinta, con frecuencia incompatible, a defender los intereses de la entidad.


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