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Entre San Vladimiro y el odioso Adolfo

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
02/02/2017

La imagen que ilustra este artículo es el escudo de armas de San Vladimiro de Kiev, que evangelizó a los eslavos a finales del siglo X, novecientos años antes del nacimiento de Adolf Hitler. ¿Un símbolo nazi en la camiseta de Zozulya?

Ucrania es un país en guerra, una nación donde se libra un conflicto que hunde sus raíces en los tiempos del príncipe Vladimiro Sviatoslavich el Grande (venerado como santo por católicos y ortodoxos), en su vertiente política, y, en la religiosa, del Cisma de Oriente. Un milenio de tensa vecindad con Rusia, con hitos tan relevantes como el retorno a la obediencia a Roma de los católicos de Kiev (Unión de Brest) o la gran hambruna provocada por Stalin, completan un cuadro cargado de matices que, excusarán el atrevimiento, difícilmente podrán interpretar los nueve (contados) mangutas de una peña ultra que el martes vociferaban en el entrenamiento del Rayo Vallecano. Ni Svetlana Aleksievich, Nobel de Literatura que ha escrito una interesante trilogía al respecto, ni la eminente historiadora Hélène Zourabichvili-Carrère d’Encausse, posiblemente la mayor especialista occidental en estudios eslavos y autora del reciente e imprescindible ensayo “Seis años que cambiaron el mundo” (parafrasea el legendario reportaje de John Reed sobre la Revolución Bolchevique: “Diez días que conmovieron al mundo”) han conseguido desenredar del todo la maraña a pesar de la prolijidad de sus obras respectivas.

Pero resulta que dicen los bukaneros en un tuit que Zozulya es un nazi. Pues vale. Ni siquiera en la mente binaria de los tontos de detrás de las porterías resulta medianamente aceptable la afirmación. Los tontos de detrás de las porterías son una plaga que se padece en casi todos los estadios. Tontos del Che Guevara o tontos de Cristo Rey, tontos son igualmente. Ya advirtió Pedro Muñoz-Seca en el título de una de sus obras que “Los extremeños se tocan”. A los escuchadores de campanas y a los habladores de oído les sonará que el futbolista del Betis es nacionalista ucraniano, que lo es. A partir de ese dato, analfabetismo mediante, se simplifica hasta convertirlo en un ultraderechista… cuyo mayor enemigo es Vladimir Putin, el gobernante que prohíbe proclamarse homosexual en público y que ha propuesto a la Duma una ley que permite golpear a la esposa una vez al año. Sí, los adversarios de Zozulya son gente la mar de progresista.

Luego está el enojoso asunto de los hinchas radicales que mandan en los clubes, o más bien de los clubes que se dejan mangonear por sus hinchas radicales, cuestión de por sí repugnante pero encima contaminada por eso que Ortega y Gasset denunció como un mal español en su “Prólogo para franceses” de “La rebelión de las masas”: la hemiplejia moral. Como los ultras del Rayo se dicen de izquierdas, tontos de izquierdas, nuestros medios de comunicación los distinguen con una entregada tolerancia que jamás concederían a los que son, por ejemplo, del Real Madrid, que son tontos de derechas. ¿Se imaginan el desgarro general de vestiduras y el clamor de los editoriales si Ultrassur boicotea el fichaje de Benzema porque “el Bernabéu no es sitio para yihadistas”? Pues eso es lo que ha ocurrido con los Bukaneros mientras muchos periodistas (los periodistas tontos, que también abundan) siguen distinguiendo entre las dos aterradoras eses rúnicas que lucen unos y las no menos aterradoras hoces y martillos de las que presumen otros.

Un grupo ultra es un grupo ultra, ya sea el trasfondo extrafutbolístico del mismo conservador, comunista o colombófilo, y la reticencia con respecto a ellos debe ser idéntica en cualquiera de los casos. En Sevilla, por ejemplo, padecemos a ultras de estrella roja y a ultras de cruz celta. ¿Se imaginan lo peligroso que resultaría que se pusieran a cribar los fichajes de sus equipos según su ideología? Hace unos días, Jorge Sampaoli se confesó atraído por los postulados de Podemos, lo cual no es sólo legítimo (en democracia, cada cual es libre de equivocarse como le dé la gana) sino que resulta coherente con su trayectoria vital. El primer partido populista de España se inspira en Ernesto Laclau, un filósofo argentino (vino a morirse de un infarto en Sevilla, qué casualidad) que ha sido el gurú del peronismo más reciente y que influyó muchísimo en el pensamiento de la generación a la que pertenece el entrenador sevillista. El justicialismo, movimiento que lideró Juan Domingo Perón, fue el eufemismo empleado después de la Segunda Guerra Mundial para camuflar el original “fascismo criollo”, que así se autodenominaba el general por su admiración hacia Benito Mussolini. Si los Biris se definen como “antifascistas”, ¿exigirán ahora el despido de Sampaoli por motivos ideológicos? Vamos a dejarnos de tonterías ya, o sea. 


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