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Vitolo fue

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
18/09/2017

La vuelta de Vitolo al Sánchez Pizjuán es el hit polémico de la semana, después de la ópera bufa en tres actos que protagonizó entre el 10 y el 12 de julio pasados. No hay herida que cicatrice en dos meses, de acuerdo, pero acumulamos ya demasiados trienios en este negocio como para participar en la ceremonia de destrucción del prestigio de un futbolista cuyo único pecado ha sido gestionar mal su salida. Como tantos otros antes. Pepe Castro, un presidente notable que camina a pasos largos hacia la condición de sobresaliente, pide indiferencia para el grancanario a pesar de que se dejó muchos jirones de prestigio en esa rueda de prensa precipitada e imprudente en la que anunció lo que nunca fue. Es loable que defienda los intereses (entre diez y doce millones de euros, nada menos) del club allí donde pueden repararse los perjuicios, en los tribunales, en lugar de calentar al personal y es digno de destacarse que su enfado sea por la burla al club y no, como sucedió en otra ocasión similar, por la jodienda de un negociete personal (la familia Ramos, de Camas, podría abundar aquí en explicaciones).

Un liberal como el firmante se precia de no sugerir nunca a nadie lo que debe o no hacer. Dicho lo cual, ¿quién gana qué si Vitolo es objeto de una catarata de improperios en su regreso a Sevilla? Nada, desde luego, un club al que la mala educación de sus hinchas más cerriles le lleva costado un dineral en multas. Mucho menos una afición (disculparán el uso facilón de este concepto así, en abstracto) que ya arrastra una fama regularcita y que lo último que necesita es mostrarse acomplejada ante los que están de paso, con ese ataque de cuernos que sólo experimentan quienes carecen de autoestima. Vitolo le dio al Sevilla un rendimiento, económico y deportivo, excepcional. No fue elegante su marcha, claro que no, pero deberíamos saber desde “El padrino” que estas traiciones no hay que tomárselas como algo personal porque “son sólo negocios”. A partir de aquí, que cada cual haga lo que le venga en gana, porque tampoco es cuestión de convertir los campos de fútbol en salones versallescos. Ya cantó Gabinete Caligari que “somos los que llenamos los estadios para poder insultar y blasfemar” (…) “somos los del no sabe no contesta con excepción del 1-X-2, los que no tienen biblioteca y somos más de un millón”.    


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