El partido sin gobierno
La tregua
Lucas Haurie 01/10/2017 |
La miríada de banderas catalanas estrelladas que saludaron la entrada al campo de los equipos en la díscola ciudad de San Sebastián, Donosti en el invasivo vernáculo, anunciaba que el partido entre la Real Sociedad y el Betis no iba a poder desembarazarse de la extraña atmósfera reinante en este 1-O que ya es histórico, pero por la parte de la infamia. Ojo, habrá quien aprecie estos espectáculos carentes de todo orden: que si un 4-4 por aquí, que si un censo universal por allá… No es el caso del firmante: el libro de los gustos sigue en blanco.
Desgobernado como el día, como el decenio, en el nordeste español resultó este duelo en el que ningún entrenador quiso imponer las leyes de la defensa, imprescindible para el buen desarrollo del fútbol, por lo que degeneró en una fiesta divertida, un poco locuela, que entretuvo durante un rato a la chavalería inconsciente. Leerán por ahí alabanzas encendidas, como siempre sucede en estos tiempo atolondrados y caóticos cuando el rigor se ausenta. No se veía nada semejante en la Liga desde la charlotada inaugural de Sampaoli contra el Espanyol.
Realistas y béticos, eso sí, tuvieron el buen gusto de ofrecer su lluvia de goles como conversación alternativa a las paellas familiares y los telediarios, que ayer resultaban peligrosa e inquietantemente monotemáticos. Acompañaron el aperitivo con un festival de jugadas de depurada técnica que, gracias a la complicidad de los defensores, depararon un vistoso empate a cuatro. A Mandi o a Raúl Navas, oye, se les planta una gorra de plato ribeteada en rojo y devienen ipso facto en prototípicos mozos de escuadra. ¡Qué inacción! ¡Cuánta desidia! ¡Tamaña dejación de funciones!
Pero tampoco seamos amargos, porque lo primero es reconocer que este empate emocionantísimo, que lo fue, se dio gracias sobre todo al talento de un puñado de futbolistas que, en el caso del Betis, ha sabido convertir Quique Setién es una poderosa máquina ofensiva. El triunfo completo llegará cuando se consiga sujetar al rival con parecida fiabilidad a la que se logra cuando toca atacar porque, en verdad, es un gustazo contemplar el desempeño de ese terceto de centrocampistas juntado por el cántabro, a quienes se une la calidad imperecedera de Joaquín, a quien ya están tardando en hacerle una estatua en Heliópolis.
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