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¿Decisión de club serio o de barra de bar?

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
23/12/2017

La Real Academia acaba de incorporar al DRAE la palabra “buenismo”, que define a quien “ante antelos conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”, advirtiendo al pie que se trata de un término despectivo. Podría añadirse que el buenismo está emparentado con la corrección política, la mayor lacra de nuestros tiempos y es pertinente indicar que Pepe Castro ha quedado distinguido, en vísperas de la Navidad, con una firmeza que ríanse del dickensiano señor Scrooge. Bien por él, de primeras. En los noventa, la grada del Sánchez Pizjuán entonaba un maravilloso cántico de apoyo a Carlos Salvador Bilardo: “Ya vienen los Reyes Magos con la cara destrozada…”. Ha llevado a gala tradicionalmente el sevillismo una sana fama de malaje que los esencialistas señalan como uno de los secretos de los éxitos recientes.

La destitución de Eduardo Berizzo no se debe contemplar desde un punto de vista sentimental porque ha sido el propio entrenador argentino el más celoso en separar, durante el último mes, su peripecia sanitaria de su quehacer profesional. Ello lo honra. (Y todas las informaciones, conocidas pese a su loable discreción, presagian que el amargo trance quedará felizmente superado.) Tampoco tenía sentido echar al entrenador atendiendo a los números, pues es de locos pensar en un Sevilla crítico cuando figura en los octavos de Copa y Champions y marcha quinto a dos puntos del cuarto y a cinco de ese Valencia anunciado hace unas pocas semanas como el más fabuloso equipo que contempló la historia del balompié.

La realidad es siempre poliédrica, y a pesar de que la única verdad del fútbol es el marcador, no conviene cegarse ante la evidencia de que el Sevilla de Berizzo ha sumado mucho más de lo que ha jugado y presenta síntomas de inminente batacazo… que nadie en el club deseaba que se produjese en el próximo derbi ni en la (llana) eliminatoria contra el Cádiz. En una entidad seria, o sea, la destitución del técnico tampoco habría sido descabellada pero asaltan las dudas porque la película de los hechos muestra justo lo contrario de una entidad seria. Un observador a cierta distancia, como quien esto firma, contempla imprevisión en la certeza de que el nombre del sustituto no está decidido y ni siquiera imaginado; preeminencia del interés particular en quien busca un paraguas que lo tape de las críticas antes que una mejora; y chapuza al comprobar que dos o tres consejeros áulicos, sin más criterio que el del peñista ahíto de botellines o el del tuitero histérico, participan en la toma de decisiones.      


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