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De festivales, recitales y soberbios que se caen

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
07/01/2018

No es lo mismo un festival que un recital, como no es igual un presidente soberbio que un señor afectado por el pecado de la soberbia que la Iglesia Católica, en su infinita sabiduría, juzga como “capital”.

Lo del Betis en el Sánchez Pizjuán, por ejemplo, ¿fue festival o recital? La noche sin duda es histórica por mor de los números, pues nunca los béticos habían marcado tantos goles a los sevillistas en un derbi y sólo una vez, corrían los años cuarenta del siglo pasado, había profanado con semejante virulencia un equipo hispalense la casa del vecino. Pero no queda claro cómo tildar la cosa, pues recital es la perfecta actuación de un artista mientras que festival, al menos entre los taurinos, es ese espectáculo ofrecido con cierta laxitud en la liturgia que entretiene a los profanos pero deja indiferente a los cabales: un pasatiempo para el servicio en su día libre. Y tras el brillo resplandeciente de los cinco goles, a fe que hay sombras que un técnico tan riguroso como Serra Ferrer detectará e incluso, permitirán el atrevimiento, juzgará incompatibles con el éxito. Entendido el éxito ‘comme il faut’, no ese fulgor momentáneo cuyo recuerdo endulza a quienes chapotean en la mediocridad de sevillanas maneras.

Ah, el éxito, ese grial del que parecía haberse apoderado para siempre el Sevilla. Pepe Castro, su soberbio presidente, quizá escuchó demasiado a los aduladores que le atribuyeron más porcentaje del que le correspondía en los triunfos debidos a Unai Emery. “A este equipo lo entrena mi suegra”, se decía en el Sánchez Pizjuán para justificar la entrega del timón a Manolo Jiménez tras la defección de Juande Ramos. Pecado (capital) de soberbia que hizo desfilar a manzanos, marcelinos, mícheles y otras calamidades con eme. Menos mal que el genio de Fuenterrabía detuvo en seco la caída, apoyado en Monchi, la única eme buena, y en una dirigencia dispuesta a recobrar el rumbo moral perdido. En manos del catastrófico Sampaoli, el equipo se sostuvo unos meses gracias a los hombres vigorosos de Emery: Rami, Vitolo, Nzonzi, Sergio Rico, Mariano, Iborra, el fichaje por él recomendado de Sarabia... En cuanto la inercia no dio para más y resplandeció la idea la posesión, maldita sea para siempre, el Sevilla se derrumbó. Lleva un año caído y el suelo aún está lejos. A ver si Montella, otra-eme-vaya-por-Dios, es el hombre.


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