Adán en la mazmorra de Torquemada

La tregua

Lucas Haurie 15/01/2018

En un contexto festivo, en trance por la euforia del momento, Antonio Adán prorrumpió en un cántico desafortunado, soez, ofensivo si es que alguien se quiere ofender (lo habrá, por supuesto) en este país idiota habitado por cenizos que están deseando cabrearse… ¿Y? Cuatro segundos duró la escena y cuatro meses estará el portero pidiendo disculpas, sobre todo a esa novia rudamente aludida que no sabemos si es sevillista, bética, neutral o si siquiera existe. Pierre Lemaitre, seguramente uno de los escritores europeos más influyentes del momento, describe en su novela “Tres días y una vida” cómo puede torcer el destino el acto irreflexivo cometido en un instante poco lúcido. En el asfixiante escenario de regresión al medioevo en el que nos hallamos, con el feminismo ultrafacha condenando al asesinato civil a quienes no abracen su lúgubre moralina, Adán puede haberse buscado una ruina por entonar unas notas desafinadas.

Hay dos cooperantes necesarios en la venidera lapidación de Adán: el Betis y el Sevilla, tomados ambos en un sentido amplio. El primero, porque en su línea demencial de los últimos tiempos (el gabinete de comunicación navega permanentemente entre el veto facineroso y el ridículo implacable), difunde un vídeo perjudicial para su futbolista, cuando se supone que debería velar por la imagen de sus empleados. El segundo, porque ha lanzado a una asociación a ejercer un papel de puntilloso chivato con el único ánimo de perjudicar a un profesional, como si esa actitud de amargada Fräulein Rottenmeier fuese a aliviarle el escozor de la manita histórica que le infligieron Adán y sus compañeros. Lo que no se pudo solucionar en el campo, se intenta mitigar con este ensañamiento en el que, para colmo, se actúa de tonto útil al servicio de la hez más pestosa de la sociedad: los y las inquisidores e inquisidoras de género. De género tonto, naturalmente.