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Lo bonito que es tener razón

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
14/03/2018

Alejandro Rodríguez, mi dilecto Profesor Talega, mitigaba mis tribulaciones no hace mucho con su habitual lucidez. No en vano, conoce el mundo del fútbol como pocos después de tres lustros ejerciendo el periodismo de trinchera y, por añadidura, su dedicación a otros menesteres hace que lleve unos cuantos años observándolo con la distancia imprescindible para comprender. Porque no es lo mismo conocer que comprender. “Más que una victoria de su equipo, el aficionado lo que de verdad desea hoy en día es tener razón”. Estos tiempos de penumbra, en efecto, han llevado la cuestión hasta el borde mismo de la esquizofrenia: béticos que pontificaron sobre la insensatez de Quique Setién (o antes de Pepe Mel, lo mismo da), que es cierto que hace cosas muy raras, y que se duelen con los triunfos del Betis; y sevillistas, he aquí el caso que nos ocupa, que decidieron, nada más verlo aterrizar en San Pablo, que Ben Yedder era un desecho de tienta indigno de llevar la camiseta de Luis Fabiano ni de Kanouté, de Gameiro ni de Bacca, de acuerdo, pero tampoco la de Kerzhakov ni la de Kepa ni la de Chevantón ni la de Negredo ni la de Immobile ni la de Aspas ni la de Llorente, ni siquiera de competir por la titularidad con Vietto ni con Muriel. Pues bien, no tenían razón y hoy mastican ese puntito de frustración entre la alegría de la eliminación del Manchester United.

Wissam Ben Yedder, un futbolista con evidentes limitaciones, acredita una eficacia muy superior a la de todos los anteriormente nombrados y, excluyendo a los dos primeros, probablemente sume más goles en la Liga de Campeones que todos los demás juntos, dicho sea para tranquilizar a quienes execren, con razón, la injusta equiparación que la estadística hace entre los goles al Formentera y los de Old Trafford. La temporada pasada, siendo de largo el máximo realizador del plantel en relación a los minutos jugados, Ben Yedder aportó también algo que habría sido capital si Jorge Sampaoli lo hubiese utilizado en las ocasiones importantes: infalibilidad desde el punto de penalti. Seis ha marcado de seis lanzados desde que llegó del Toulouse pero contra el Leicester, ay, no estaba en el césped ni en la ida ni en la vuelta, cuando fue cambiado antes de que Nzonzi errase desde los once metros. “Faltaba pegada”, lloriquean todavía el estafador de Casilda y su patético batallón de portavoces. “El diablo se esconde en los detalles”, reza una cita mal atribuida a Nietzsche pero preñada de verdad y en ese detalle se le pudo ir al Sevilla hace un año el logro que hoy celebra… porque Montella sacó, mira qué tontería, a su único goleador. No al mejor ni al más bonito ni al más espectacular ni al más carismático ni al más rápido ni al más amigo de los periodistas ni al más caro ni, por supuesto, a esa quimera que jamás falló una ocasión. Al único. Y sí, yo me alegro doblemente porque tenía razón.


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