Transfusión sanguínea

Me levanto y me voy

Víctor Fernández 16/01/2017

Yo he rajado tela de Sampaoli. Lo admito. A estas alturas, con muchas cosas ya en la mochila, no hay motivos para no ser sinceros. Realmente, nunca los hubo. Odio a los estúpidos analfabetos que son incapaces de cambiar el paso de su opinión porque entienden que sus santos cojones son más importantes que transmitir verdad. Los inicios del técnico argentino me parecieron disparatados. Su loca idea de fútbol parecían convertir los partidos en loterías incontroladas:  demasiada inconsciencia, demasiado exhibicionismo, demasiado ego en la publicación de la apuesta por un mundo distinto. Otros muchos dudaron, también dentro del club, aunque no se atrevan ahora a reconocerlo en medio de la euforia. En uno de sus relatos, el maestro Muñoz Molina contaba una curiosa anécdota. Un lector se le acercó un día para asegurarle con decisión que él jamás había cambiado de opinión en 50 años. “Enhorabuena, porque yo lo hago cada tres meses”, le respondió son sabiduría.  La pobreza mental se demuestra en la cabezonería.

Tan estúpido sería no reconocer los méritos de este particular entrenador como ignorar algunos errores importantes, como su papel en la Copa, y obviar que ha reconducido ciertas circunstancias que eran la base de los más críticos con él. Este Sevilla ha adquirido tal poder de mejorar y explotar todo lo que toca, que ha sido capaz hasta de cambiar su sangre bilardista.