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Un gaditano en la corte del Muay Thai

Carlos Coello, campeón del mundo del arte marcial tailandés tras años entrenando en el país asiático

Lucas Haurie
Lucas Haurie
16/01/2018
La promesa a su madre fallecida ha servido de un estímulo que se...”

Carlos Coello cargó durante años con un enorme peso a la espalda. Su madre había muerto y el luchador gaditano, en recuerdo a ella, se tatuó su retrato en la superficie de piel que va desde el omóplato hasta la rabadilla. Los motivos no eran menores, pues nada de lo que es hoy Coello habría sido posible sin la permanente presencia de su madre, a quien, durante su carrera como aspirante al campeonato del mundo de muay thaui, escuchaba a diario en un registro de otra época, cuando su madre aún vivía, en un archivo de sonido que había dejado guardado en el teléfono móvil y era reproducido, a modo de ritual, como estímulo y como recuerdo del estímulo. Lucharemos y juntos venceremos, dijo su madre cuando le notificaron en el hospital que no se curaría. Coello le respondió, ya moribunda, que sí, que un día sería campeón del mundo.

A los 28 años, después de haberse proclamado en diciembre de 2017 campeón mundial de muay thai WKN, un arte marcial de la Tailandia ancestral, Coello dice que se siente liberado, que tiene los ánimos por las nubes. Y no es para menos. El peso de la promesa, tatuado para siempre en la espalda, ya no pertenece al presente, la única referencia temporal que cabe en la religión budista. En Tailandia lleva viviendo el gaditano desde hace unos seis años, aunque suma más de diez pasando periodos más o menos duraderos de entrenamiento, perfeccionando la técnica en la misma cuna del muay thai. Su reciente título mundial en la categoría de 58 kilos ha sido tan liberadora como recompensante. Para ello, derrotar en la final mundial que tuvo lugar en Ponferrada al luchador portugués Gonçalves fue capital. La promesa a su madre no le produciría más obsesión. El que iba ser el peor año por las lesiones se convirtió en el mejor. Coello lo achaca al trabajo y la constancia.

No es fácil ser un gaditano en Rayong, una localidad situada a tres horas de Bangkok en dirección a la costa. Ni una cosa, practicar el arte marcial, ni la otra, reparar cada día en los cientos de nuevos estímulos, son cosas a las que se acostumbraría cualquiera. Echar raíces en el lugar ayuda a comprender los usos y a hacerse a las gentes. La tailandesa es un cultura impregnada de elementos budistas. El muay thai, que recoge el espíritu de los rasgos nativos, ha explicado Coello, rehúye de la apariencia y la suntuosidad. Como la cama de piedra de un monje, el muay thai es recio, seco y directo. Están prohibidas las armas entre los contrincantes. Todo lo demás está permitido, salvo golpear a un rival en el suelo. Los codos y las rodillas son armas fundamentales para noquear. Un luchador ora, medita, jamás debe mostrarse dolorido y nunca termina de aprender.

Reza un viejo adagio tailandés vinculado al muay thai que un luchado ha de ser fuerte como el acero y duro como el diamante. De esos materiales lo sabe todo Coello, quien asume a conciencia su máxima: el único miedo permitido es al fracaso, no al dolor. El gaditano sigue siendo un extranjero para los oriundos, aunque ya se ha ganado el respeto de todos, incluidos el de los adversarios. Coello no sólo encabeza las clasificaciones de los occidentales en la disciplina sino que pelea entre los mejores del mundo. Y sus secretos son naturales. Para su peso, es un luchador alto. Es por tanto un óptimo defensor, pues a los púgiles contrarios, más bajos de estatura normalmente, las rodillas y los codos no les alcanzan, todo lo contrario en el caso del gaditano con respecto a sus rivales.

Es una de sus fortalezas. Con ella, unido al aliento del santoral de las invocaciones, piensa presentarse Coello próximamente a la defensa del título mundial. Es lo que ha afirmado recientemente en Cádiz, donde ha pasado las navidades. Allí ha sido agasajado por los suyos. Fue designado deportista masculino más destacado del año. Hizo además el saque de honor en el estadio Ramón de Carranza con motivo del partido de vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey que enfrentaron al Cádiz y al Sevilla. Ha dicho Coello, un cadista confeso, que fue una experiencia indescriptible. Pero ahora hay que seguir. Siempre pensar en el presente. Entrenar. Pronto lo espera la defensa del título. Mientras, Bangkok, Tokyo y un sinfín de santuarios del muay thai con recintos de miles de aficionados. Pero como los 17.000 paisanos que corearon su nombre en el estadio, nada.