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El milagro de Alaya

Antonio Félix
Antonio Félix
23/05/2018

Más allá de sus pormenores, que estos días debaten incluso figuras como el gran Javier Caraballo, siempre tan miejitas él en relación con su Señoría (sostener que la Fiscalía actuó más allá que de acusación formal sólo puede considerarse un chiste cuando la propia sentencia la constata como la mejor defensa de Lopera), la entrevista que realizó María Jesús Pereira en ABC a la juez Mercedes Alaya supone uno de esos pequeños milagros cotidianos que te reconcilian con la profesión y alimentan la esperanza de que se pueda derrocar, o al menos combatir, ya sea homéricamente, la grisura,  devastación y la porquería que nos rodea y casi se nos abalanza. La entrevista es un ejemplo de lo mejor que puede dar el periodismo, sintetizado en alguien que pregunta todo lo que se debe preguntar y alguien que responde todo lo que ha de responder. Así de simple y así de inusual. Es difícil encontrar periodistas con la cultura, destreza y arrojo para plantear las cuestiones adecuadas. He ahí el mérito de Pereira. En tal caso, es difícil que su medio comulgue con tales prácticas si éstas confrontan con sus ideales y sus deudas. Reflejar una noticia donde, entre tantos, sale malparado el partido político al que se le asocia es mérito de ABC, periódico que, antaño, amparaba oficios tan desconcertantes como permitir a su redactor del Sevilla cobrar del Sevilla. Por último, es difícil encontrar actores empoderados con la valentía para responder sin escurrir el bulto, poniendo en riesgo los privilegios tan arduamente adquiridos, dejándose guiar por la conciencia, ese rumor tan peligroso y raro en estos tiempos de imperio del cinismo. Tal es el mérito de Mercedes Alaya.

Este sincretismo hace de la entrevista una de las artes más complicadas del periodismo. La gigantesca Oriana Fallaci, que las bordaba, se trastornaba con la “imposibilidad metafísica” de concretar en un par de horas de charla, y en unos folios, semblanzas e ideas de toda una vida. Faltaría más que algunas de las acusaciones, tan tremendas, que realiza Alaya pequen de inconcreción. Incluso de inoportunidad. Pero eso es como detenerse en las espinas de las ramas sin querer ver el gran bosque de miseria y corrupción que la juez delata en la Justicia, su casa. Algo sabrá de lo que habla.

Alaya estalla contra la puerca intromisión de los políticos en los tribunales, contra la inmunidad que gozan los corruptos gracias a leyes desfasadas que se evitan corregir, contra el sometimiento del Fiscal al partido que le nombra, contra la pereza chip de algunos jueces … Su denuncia es volcánica y universal, de cañonazos gruesos y matices de espada. Sugiere la porquera de la abogacía, las puertas giratorias con los fiscales, las sediciosas trampas procesales, cuya reforma languidece en la noche de los tiempos, los acuerdos lucrativos que arruinan los procesos, sometidos a la tortuosa táctica del agotamiento por quienes precisamente claman contra la lentitud de la Justicia… Un abogado que durante un tiempo dirigió al Betis, Bosch Valero, pronunció una sentencia que hizo fortuna: “Hay que salvar al Betis de los béticos”. De la misma manera se podría decir que hay que salvar a la Justicia de sus abogados.

Secundario hoy en su mediático expediente, el caso Betis resulta especial para  Mercedes Alaya no sólo por el hecho de que fuera el primero con el que saltó a la arena pública, sino porque en su desarrollo y terminación fue desvelando, en todo su esplendor, tantas de las lacras que ahora ha denunciado a viva voz: la confrontación por lo que consideraba hipócrita conducta de la Fiscalía, que durante el proceso, en un acto informal pero simbólico, decidió cambiar su posición en la sala para situarse del lado de las acusaciones; la defensa de Lopera ejercida por un exfiscal, José María Calero, siempre presto a dar lecciones de ética profesional que igualmente siempre saltan, cual conejo, sobre tamaña incompatibilidad graciosamente permitida a estos funcionarios públicos; la farisea traición de todas las acusaciones ¬–salvo los Béticos de Galera, aquellos de los que ustedes desconfiaban tanto- que terminaron pactando con Haro, Lopera y Oliver, “echando por tierra” todo el esfuerzo que le rogaban a Alaya y saltándose a la torera los autos de otro juez audaz, Francisco Carretero; el “lucrativo” conchabeo que, en los últimos tiempos, anticipó el biscotto, con casos como la contratación para el Betis de baloncesto de otro de los abogados de Lopera, García-Quílez, se suponía que para perseguir al infausto Meythaler y contribuir al progreso del club, para luego ni perseguir al yanqui trincón y contribuir al doble descenso del club…

Después de que Lopera haya sido absuelto tras reconocer su culpabilidad y de que los patrones del Betis hayan decidido pagar 15 millones de euros (del Betis, no suyos) a don Manuel y Oliver por unas acciones que un juez mantiene que jamás existieron, resulta inevitable cierta sensación de abatimiento, de pesadumbre, de resignación. Nada rara, por lo demás, en una ciudadanía hastiada por la desmesura del combate contra la corrupción, en la que cada parte pelea con armas desiguales. No son pocos los momentos en los que la única salida parece tirar la toalla. Ganan los malos. Punto. Sucede, sin embargo, en ocasiones, que un haz luminoso nos devuelve a la tierra de la batalla. Una sencilla entrevista con alguien que pregunta todo lo que debe preguntar y alguien que responde todo lo que ha de responder. Una entrevista que traslada un mensaje inquietante a los leguleyos travestidos, a los ladrones de todo guante, a los políticos viperinos… Y que al Betis, dicho sea de paso, le ofrece esperanza: aún hay posibilidad de salvarle la dignidad.