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Salvar la temporada, por Juan Miguel Vega

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
19/02/2018

Aunque los últimos resultados, que no el juego, han reparado algo el ánimo de la hinchada, el sevillismo sigue teniendo la mosca detrás de la oreja. Días atrás, Maresca señalaba la necesidad de acabar con los altibajos que viene demostrando el equipo; defecto y necesidad a los que posteriormente también aludiría Montella. Deberíamos no obstante, incidir en la relatividad de los tales altibajos, pues en lo que se viene demostrando en el campo, los 'bajos' predominan considerablemente sobre los 'altis', debido a lo cual, en el puntaje clasificatorio los 'altis' ganan de largo a los bajos, aun cuando no son, ni mucho menos, los en principio previstos.

Que a pesar de la mediocre puesta en escena que viene planteando esta temporada, el Sevilla esté en puestos de Europa League y no lejos de la Champions es como para darse con un canto en los dientes. Si a ello le añadimos que jugará la final de la Copa del Rey y este miércoles además disputa los octavos de la máxima competición Europea contra nada menos que el Manchester United, de lo que a uno le entran ganas es de llamar al camarero y decirle: -'Jefe: llene a los señores, que invito yo'.

Hace veinte años, ningún sevillista en su sano juicio habría imaginado una situación así ni en el más feliz de sus sueños; vamos, ni fumándose lo que dicen que se fuma Quique Setién antes de hacer las alineaciones. Las cosas, empero, han cambiado desde entonces un taco en Nervión. Cinco copas de la Uefa, una Supercopa de Europa, otra de España, dos Copas del Rey... En fin que el Sevilla se ha convertido en un equipo campeón, dándole razones a su afición para insistir en la histórica exigencia que logró definitivamente elevarlo a la categoría de equipo grande de Europa. Casi ná.  Por eso, a pesar de estar en una situación que habría hecho levitar a los palanganas de hace dos décadas, entre el sevillismo actual se habla de 'salvar la temporada'. Y desde luego hay motivos para hacerlo. Porque vivir del palmarés es algo que ningún equipo grande hace. El palmarés se luce, pero ahí se queda, lo suyo es ir a por más, no limitarse a vivir de los recuerdos como Gloria Swanson en el Crepúsculo de los dioses o como la misma Sevilla cuando perdió el monopolio del comercio con América, decadencia que en cierto modo aún arrastra. A eso, a seguir acrecentando sus tesoros -no limitarse a sacarle brillo a los que ya tiene- es a lo que debería estar obligado un equipo con un presupuesto de doscientos millones, fichajes estelares (entre ellos, el más caro de la historia del club) y unos precios de los abonos a la altura de tales circunstancias. Quien piense, por eso, que la dicha salvación se alcanzará jugando (y perdiendo) la final de Copa con el Barcelona, haciendo un papel digno con el United y clasificándose para la Europa League, se equivoca. El Sevilla está obligado ya a otras cosas. Sus miras han de ser necesariamente más altas. Se ha obligado a sí mismo en virtud de su historia reciente. Y a no ser que quiera volver a convertirse en un equipo menor, tiene que plantearse nuevos retos, elevar el listón. Es cierto que no hay ciencia más inexacta que el fútbol, donde interfieren además cuestiones de las que mejor no hablar, pero nobleza obliga y el Sevilla ha adquirido en estos años la suficiente como para poder entrar en según qué sitios sin tener que pedir permiso. Aquí no es cuestión de salvar nada ni a nadie. El transatlántico debe corregir el rumbo y poner proa hacia la victoria. Sin complejos ni titubeos. Quien no lo vea así, podrá ser sevillista, pero no de este Sevilla.