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¿Salvar qué temporada?

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
11/03/2018

Tal y como se habían puesto las cosas, el partido contra el Valencia era el más importante del año. La cita decisiva donde se iba a jugar por el objetivo prefijado a comienzos de temporada. Era el partido clave y… se perdió. Lo malo, sin embargo, no fue que se perdiera, sino que todos tenían la certeza de que se iba a perder. Casi ninguno de los aficionados que el sábado por la tarde fueron a verlo al estadio, lo hizo creyendo en la victoria. En la grada había un halo de tristeza. Olía a funeral en Nervión. Se oficiaban las exequias de un proyecto definitivamente difunto. Misa de córpore insepulto ante una parroquia de disciplinantes sometidos a una continua penitencia de ayuno y abstinencia de goles. Este año siempre es viernes de Cuaresma en Nervión. Al comienzo, todos cantan de pie su himno, pero en el marcador está colocado el cartel de Hoy es vigilia. No se marca… en la portería del contrario. Y eso que los chavales hacen lo que pueden. Hay que reconocerlo. Se esfuerzan, corren, tratan de ganar… pero les resulta imposible. Esta vez hasta hubo buenas noticias del mejicano Layún. Sí, es cierto que cometió algún error grosero, pero ¿qué jugador del Sevilla no lo ha cometido este año, empezando por Banega y Nzonzi que, según dicen, son los mejores? De lo del sábado no pueden servir de excusa ni las marrullerías de los paelleros, ni la asimétrica actuación del árbitro, por otra parte sintomática, pues vino a evidenciar cuál de los dos contrincantes era a su juicio el grande. Este Sevilla no da más de sí. Hay que asumirlo y punto. Da para ganarle, con esfuerzo, a los pequeños, pero ni de lejos es un equipo top, que ahora se dice. Es un equipo del montón. Y su gente ya lo sabe. Para colmo, la próxima cita en casa –la Canina en la calle a esa hora- es con Messi. Lagarto, lagarto.

Hubo sin embargo, hace pocos años, un Sevilla que perdía con el Barcelona jugando con uno menos, pero la grada sabía que era capaz de darle la vuelta al partido. Y se la dio. Sí, también jugaba Lionel en ese Barcelona. Y un tal Ronaldinho. Como también hubo no hace mucho un Sevilla que perdía cero dos con el Madrid en el minuto veinte y la grada sabía que ese Sevilla era capaz de darle vuelta al partido. Antes de que acabara la primera parte, ya le había metido cuatro al Madrid. En aquel Madrid no jugaba Cristiano Ronaldo, pero sí Zidane, Raúl y Roberto Carlos. Nadie en su sano juicio pensaría que el actual Sevilla, coleccionista de manitas, fuera capaz de hacer algo así. Este sábado hubo además un momento de especial dramatismo que retrató claramente la depresión colectiva que embarga al sevillismo. El Valencia había marcado el segundo, la afición callaba, los cuatro gatos venidos de Levante que tomaban el sol en la cuña Gol Sur se hacían oír sobre el silencio de las treinta mil gargantas sevillistas como si fueran un coro de clones de Nino Bravo. Un silencio que se hizo incluso en el graderío de los Biris, donde el animoso tipo del megáfono que hace las veces de director del orfeón palangana cantaba en solitario sin que casi ninguno de los suyos lo secundara. Fue triste. Muy triste. La demostración de cómo y cuánto el desánimo ha cundido entre el sevillismo. Con motivo, ciertamente. Dicen los analistas de la cosa que el martes hay otro partido y luego en abril una final que pueden servir al Sevilla para ‘salvar la temporada’, pero lo cierto es que Pepe Castro dijo que el objetivo era meterse en Champions y la Champions está ahora a once puntos. Teniendo eso en cuenta, no es erróneo calificar de fracaso esta temporada. En cuanto a lo de ganar los partidos que pueden ‘salvarla’, ¿hay, en las actuales circunstancias, alguien que lo crea posible?