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Ante otra final

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
16/04/2018

En la presentación de las camisetas de la final contra el Barcelona, Ever Banega quiso demostrar que la intención de ganarla es algo más que un sueño utópico para el plantel sevillista, que también hay en ese empeño un cierto grado de obligación: 'Somos el Sevilla -dijo-, un equipo que está acostumbrado a jugar finales cada uno o dos años'. Pero esto no siempre fue así. No al menos a lo largo de cuarenta largos años, que terminaron en la primavera de 2006. Creo haber contado ya en alguna parte que el día de la mítica final de Eindhoven, cuando los jugadores, tras recibir el trofeo, saltaban sobre la tarima celebrando el título entre una lluvia de confeti rojo y blanco, alguien a mi lado, sin dejar de mirar el televisor, me preguntó: '¿Creíste alguna vez que ibas a ver esto un día?'. Mi respuesta fue tajante: 'Jamás'. Creo tener pocas dudas de que esa misma respuesta la habría dado la inmensa mayoría de la afición del Sevilla. Pero, que no lo creyese no significaba que en el sevillismo no anidara la exigencia, la renuencia a limitar su compromiso con el sentimiento heredado a un autocomplaciente ejercicio de evocación nostálgica de una historia gloriosa acontecida hace mucho. Una historia que muchos ni siquiera llegaron a conocer. Décadas de mediocridad y desaliento se fueron sucediendo. 'Otro año igual', gritaba la grada para desahogar su impotencia al final de cada campaña. Su equipo nunca ganaba nada. ¿Por qué entonces eran sevillistas? Por mero sentimiento. Por sangre. Porque lo era su padre, que vio jugar a Arza y Ramoní; a Busto y a los Campanal. Por eso ellos también eran sevillistas. El Sevilla es un equipo difícil de entender y más difícil todavía de explicar. Le ocurre como a esa parte, menos festiva y explícita, de la ciudad que le da nombre: la Sevilla oculta, incomprensible; la de las claves internas indescifrables, la que resulta inextricable para tanta gente; para esa gente que desprecia las cosas que no comprende. Dicen que el Sevilla cae mal fuera de Sevilla. Tal vez sea por eso. Lo cierto es que a los sevillistas les importa un bledo cómo caiga el Sevilla fuera, dentro o donde sea. Es su equipo, el de su padre, el que llevan en la sangre y los demás les dan igual. Durante años, lo vieron arrastrarse en muchos campos y arrastrar con él el sacrosanto nombre de Sevilla. Y lo vieron con rabia en los ojos. Por eso alguna vez esa historia tenía que acabarse. Y se acabó. Se dieron las circunstancias y la gloria volvió. Ahora es el único equipo de Europa que tiene cinco copas de la Uefa. El único. Hay otros que tienen muchas más copas de Europa, cierto. Pero el único que tiene cinco de la Uefa es el Sevilla. ¿Se valora este hecho sin embargo? Me temo que no. Al menos, no del todo. Fruto del menosprecio histórico al que este club viene siendo sometido por los de fuera y a la amnesia que en ocasiones demuestran los de dentro, para el Sevilla se considera un logro haber eliminado al Atlético de Madrid en Copa y al Manchester United en Champions. Ya con eso, va sobrado. Hombre, yo diría que eso para el Celta, por poner un dignísimo ejemplo, estaría muy bien. Sin embargo, el Sevilla ha ganado cosas. Y se ha ganado, o debía haberse ganado, también un poco de respeto. De los demás y tal vez un poco de sí mismo. El Sevilla da ahora aspira, o debe aspirar, a mucho más. Me pregunto qué catalogación daría la prensa deportiva nacional a, un poner, el Zenit de San Petersburgo, el Nápoles o el Wolfsburgo, si hubieran ganado lo mismo que el Sevilla. ¿Qué miedo no le tendrían a esos equipos si cualquiera de ellos  cayera emparejado en una competición con uno de aquí? ¿Qué respeto no les suscitarían? Seguro que todo el que no le tienen al Sevilla. Cuando la final de Copa contra el Atlético en el Nou Camp, en Madrid nadie dudaba de la victoria colchonera. Y ya ven lo que pasó. Y eso que el Sevilla venía ya de ganar dos uefas, una supercopa de europa, una Copa del Rey y una Supercopa de España, con Barsa y Madrid de víctimas en las dos susodichas supercopas. De Sevilla y del Sevilla no se entienden muchas cosas. No se entiende la exigencia de su afición; y no se entiende por que tal vez se ignore que ni es gratis ni fruto de un capricho, sino parte consustancial de un sentimiento aprendido en esos años en los que uno aprende todo lo importante. Luego, el sábado que viene pasará lo que tenga que pasar, pero hasta entonces, un respeto. Y gracias, Banega, por estar a la altura con tus palabras y no ir de víctima. Es cierto, estás en un equipo que se ha acostumbrado a jugar finales. Ahora, a apretar los dientes e intentar ganar la del sábado. Casta y coraje. Supongo que ya sabes lo que es eso.