muchodeporte.com Sevilla FC

Bartleby en el Sevilla

Antonio Félix
Antonio Félix
25/04/2018

Un hombre gris se dirige a su oficina. Cruza el umbral, sube pesadamente las escaleras y arrastra su figura “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria” hasta la sala de reuniones, donde ya le aguardan sus compañeros: Turkey (Pavo), Nippers (Pinzas), Ginger Nut (Bizcocho de jengibre) y su supuesto jefe, que nada más entrar le dirige acaloradas instrucciones para atajar la crisis, a las que nuestro hombre gris, sin inmutarse pero absolutamente decidido, responde: “Preferiría no hacerlo”. Este hombre es Bartleby en Wall Street. Es José Castro en el Ramón Sánchez Pizjuán. Es Bartleby en el Sevilla.

“Preferiría no hacerlo” fue la respuesta que vino a dar Castro a las exigencias que varios de sus colegas, representantes algunos de los señores que lo sostienen en la presidencia, le trasladaron para cumplir con las encendidas proclamas de la turba. Se trataba, esencialmente, de cortar mucha cabeza para calmar al gentío, muy al modo del circo romano. Castro transigió con el despido de Oscar Arias más que nada por eso de evitar defender lo indefendible. Arias no acertaba ni callado ni hablando, y así como que no había manera. Pero Castro se puso mozo con la pieza mayor, Montella, al que logró mantener en el cargo. Una medida del todo impopular y en cierta forma ridícula, pero eminentemente sensata en un presidente que hace un par de meses celebraba al italiano y casi pedía ampliar ya su contrato.

Resumiendo: Castro actuó con Sentido de Estado, que de por sí no es ni bueno ni malo, pero que desde luego es lo que se debe exigir de un dirigente. Esto se lo explicó muy bien José Luis Rodríguez Zapatero (sí, yo también flipé) a Artur Mas ante el Follonero. Le vino a decir que democracia no es dejar que la gente decida todo en referéndums, que eso lo hacen regímenes que están muy lejos de la democracia y muy cerca de la demagogia, el populismo y la represión; y que la democracia representativa, a la que con todas sus lagunas no se le advierte hoy un sistema mejor, lo que proporciona es un voto de confianza de la gente hacia unos gobernantes, para que gobiernen no como opina la gente, sino como ellos, supuestamente más listos y mejor informados, estimen. Eso es lo que hizo José Castro: decidir como un gobernante y no como un títere de la masa.

Y ése es su triunfo, la razón por la que durante este tiempo este hombre pálido, gris, caricaturesco se ha ganado cierta confianza del sevillismo. Eso, actuar con personalidad, es mucho más de lo que podía esperar la hinchada y, desde luego, de lo que podía esperar José María del Nido, que si en su momento se decidió por Castro para sucederle fue por, única y exclusivamente, una cualidad de éste: su ridiculez. Hasta ese advenimiento, Castro nunca dejó de ser un señor de aspecto ridículo, con un tono ridículo, que empresarialmente tendía al ridículo y que en el club no dejaba de desarrollar funciones ridículas. Para Del Nido, pues, era el relevo ideal, cual manda el manual del Mesías: elige siempre al mayor inútil en tu lugar para que tu ausencia agigante el mito. Algo así hizo Monchi con Arias. A éste le salió bien. A Del Nido le salió mal.

Con Castro al mando, el Sevilla ha seguido ganando tanto y creciendo más, con un presupuesto lanzado por encima de los 200 millones. El hecho de que una temporada en la que se han peleado las semifinales de Champions, tras acabar con el United y tutear al Bayern, y se ha alcanzado la final de Copa haya derivado en una crisis tan apabullante da idea de la dimensión que ha alcanzado el club. El oprobio del último (hasta ahora) 5-0 no ha de ser desconsiderado, ni mucho menos, pero merece la pena atender a los pormenores del excesivo estado de agitación que algunos, de manera patéticamente descarada, se esfuerzan en prolongar. Digámoslo claramente: hay mucho sevillista interesado en que al Sevilla ahora le vaya mal. La guerra sucia hierve desde las mismas entrañas del club. En esta coyuntura, tarde o temprano, Castro caerá, como cayó Bartleby. Siendo su destino así, es entrañable que lo haga defendiendo sus ideas –que no tienen por qué coincidir con las mías ni las de ustedes­– en vez de siendo el tonto útil que creían quienes le pusieron y que todos nos temimos.