Vivir entre muertos

Vía de Escape

Paco Cepeda 02/05/2020

Cada día cuesta más trabajo ponerse delante del folio en blanco. Faltan las noticias como tal las entendemos en deporte, pero no las ideas. Quizás las ideas incluso broten más a menudo pero da mucho miedo meter la pata, pecar de insensible o de amoral. Todos los días mueren paisanos y no paisanos en este mundo global en el que el mal puede venir de un mercado chino o de un piso de la calle Feria. También el bien. Y este incremento de muertes con respecto a los que llamamos normalidad estadística, sobre todo en los países poderosos, nos tiene bloqueados y desconcertados. Individualmente, una sola muerte es el cambio devastador para siempre, una unidad llamada círculo familiar. Y con el paso de los días, poco a poco, esa unidad se va recuperando en todos los sentidos y de repente nos vemos por ejemplo en una finca de Gerena, todos los muy afectados, brindando por ese ser querido que se marchó cuando nadie lo esperaba. O dejando escapar una media sonrisa melancólica cuando vemos un camión de esa empresa en la que trabajaba ese otro ser tan apreciado. Y todos los muy afectados seguimos trabajando y viviendo. Esos seres queridos que se fueron tienen sobrinos que no conocieron, pero que continúan con la rueda. La vida sigue, con todos los caídos en nuestro corazón.

El coronavirus se está llevando a gente de demasiadas familias y a la vez, por lo que el luto es general. Es lógico que estemos muy muy muy tristes. Pero del mismo modo, la vida tiene que seguir, sin remordimientos. El cómico tiene que hacer reír, y no es un frívolo. Y los que nos mandan tienen que propiciar esa normalidad asumiendo que cuando tomen decisiones tienen obligatoriamente que acudir a datos, normalmente se dicen fríos datos, pero yo no lo veo así, veo calor y amor en las cifras, veo vida, junto a la muerte. Y si en Huelva, que es el caso, la enfermedad está pasando de puntillas, dejemos que vayan viviendo sus vidas, que ayuden a recuperar la nuestra y no los jodamos yendo a Matalascañas hasta que alguien nos asegure que no portamos el mal metido en los pulmones. Y si en el mundo del fútbol profesional español ha habido 50 afectados mal contados, que lo mismo son menos, y ha habido el feliz registro de cero ingresados hospitalarios, cero pacientes de UCI y cero de todo, a Dios gracias, tendremos que ser muy profesionales y sensatos, muy inteligentes en tres mil protocolos, pero no caigamos en el terrible error de decir que un solo caso (o 50) que aparezca ya sería un fracaso de la decisión y que hay que dar una marcha atrás radical. Deporte es salud. Deporte es economía, hermana gemela de la salud, y le da de comer a mi familia y a otras 180.000 personas que a su vez le terminan dando de comer de forma directa o indirecta a la suya, también a la del abonado del Sevilla o el Betis que dice que el fútbol sin público no merece la pena, o del noble ciudadano que no pueda entender que un test vaya para Messi y no para un charcutero de la Encarnación con una familia para comérsela. Y si llegan casos al fútbol, pues los tendremos que tratar como al resto, aislándolos, dándoles los mejores cuidados, y esperando sanarlos, si puede ser como hasta ahora, sin que pisen un hospital, ni un ambulatorio. Lo que no podemos permitir es que no estemos preparados para repuntes, lo que no podemos permitir es no estar preparados para luchar contra lo que ya sabemos que llega rápido y de forma muy fea, eso no lo podemos permitir, pero admitir el riesgo de vivir, ser poco a poco felices pese a las pérdidas, esa lucha interna, la tenemos que ir resolviendo como prueba de madurez personal y social. Y no tirarnos los trastos. Francia ha tomado sus decisiones, otros les seguirán y algunos no. Apuremos nuestras opciones de seguir normalizando nuestras vidas, de forma sensata, pero también libre y asumiendo los riesgos de la forma más serena posible.