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Trabzonspor, otra de turcos

Esplendor en la Hierba
Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
19/08/2022

El mercado de fichajes suele llevarnos tarde o temprano de compras por el bazar turco. La Superliga de fútbol en Turquía, sin olvido del fervorín por el baloncesto, despierta allí pulsiones desatadas y suele ser un gran destino para jugadores y entrenadores que otean ya su hora crepuscular. En Turquía la economía, como su agitada vida política, suele atravesar picos de credibilidad y de desastre (inflación superlativa, bancos de poco fiar y costumbre doméstica por guardar los ahorros en casa).

Los clubes de mayor enjundia (Fenerbahçe, Besiktas, Galatasaray y a su manera el Trabzonspor) ayudan a que la lira turca siga siendo una de las monedas más divertidas del mundo. En Turquía se pagan cifras cuantiosas en el fútbol, sin que importe mucho el círculo vicioso que se va creando con los años (gastos por encima de ingresos, nuevos estadios elefantiásicos, préstamos bancarios, trapicheos de tapadillo y respiración asistida vía ayudas gubernamentales). Los clubes carecen de una carga fiscal rigurosa. De ahí que puedan ofrecer salarios mayúsculos y, en general, un retiro apetecible a estrellas en retirada y a veteranos cuajados en mil batallas (el brasileño Roberto Carlos marcó un punto de inflexión con su galáctica llegada al Fenerbahçe en 2007).

Por no faltarle, al fútbol turco no le falta ni el perejil de la corrupción (al modo, recuérdese, del célebre caso ‘Moggigate’ o ‘Calciopoli’ que afectó a la Juventus con toda su crudeza). Hace unos años, una gran operación policial desmontó en Turquía una red corrupta de amaño de partidos y apuestas ilegales en la Superliga. De Edirne a la fría Erzurum, esa Siberia a la turca, el país sufrió una conmoción. Fueron detenidos más de cincuenta presuntos delincuentes entre directivos, jugadores, árbitros y periodistas deportivos. Todo un guión de teleserie… ¡turca! Al parecer, los implicados en la estafa se pusieron de acuerdo para que el Fenerbahçe ganase la liga en 2011 por mayor diferencia de goles respecto al Trabzonspor. Lo alucinógeno del asunto es que el propio vicepresidente del Trabzonspor estuvo implicado en la salsa.

El fútbol por aquellos lares híbridos, entre el oriente y el occidente (se nos disculpará el tópico resultadista), no deja de producir noticias de impacto, algunas de ellas desagradables. A finales de julio, en un partido de fase previa para la Champions disputado en Estambul entre el Fenerbahçe y el Dinamo de Kiev, los hinchas turcos, cariacontecidos por el viso de derrota que tomaba la eliminatoria, entonaron cánticos a favor de Rusia y corearon el nombre del muy fraternal Vladimir Putin. La lamentable escena tuvo lugar en los ya habituales y estruendosos graderíos del Sükru Saraçoglü (sus enemigos íntimos, los hinchas del Galatasaray, ostentan sin embargo el récord de ruido en su estadio al alcanzar los 131 decibelios, once más de lo que se considera el umbral del dolor). El campo del Fenerbahçe se alza en el distrito asiático de Kadiköy, no muy lejano del estrecho del Bósforo, justo por donde ahora cruzan los cargueros cargados de grano procedentes de los puertos de Odesa, en Ucrania, tras el acuerdo alcanzado entre ucranianos y rusos con la mediación estelar del presidente turco Erdogan (gran pelotero, por cierto, en sus años mozos).

Al inicio del verano nos enteramos de que el canario Jesé, esa promesa fallida, había fichado a bombo y platillo por el desconocido club de la capital de Turquía: el Ankaragücü. Se había abierto la veda en el colorista mercado de Anatolia. En este mercado ha entrado de lleno nuestro invitado de hoy: el Trabzonspor. Como es habitual, en los aeropuertos los hinchas turcos reciben a sus nuevos fichajes con estruendo y mediática algarabía (en los contratos de los futbolistas pareciera que figurase una cláusula que los obliga a aceptar un recibimiento excesivo). No importa si quienes aterrizan son mayormente desechos de tienta, promesas rotas al estilo Jesé o los ya referidos elefantes del balompié que alumbran su ocaso con un último gran contrato que llevarse al bolsillo. El sueldo medio en Turquía ronda las 1.300 liras (unos 456 dólares), pero el hincha ahorra de donde sea para ir al fútbol como si fuera un mandato revelado en secreto por el Corán o por Mustafá Kemal Atatürk (a elegir).

Entre los equipos sevillanos, el bazar de los turcos no ha dejado de sonar desde el inicio del extrañísimo verano. Augustinsson, como si pudiera permitirse cierta altivez, rechazó una oferta del Trabzonspor, actual campeón de la Superliga (véase por internet la apoteósica celebración del título: lo más parecido a una gran constelación de música electrónica, lluvia de perseidas y festín de telefonía móvil). Al sueco, ahora en el Aston Villa del pobre Diego Carlos, le horrorizó tener que marcharse a Turquía. Él se lo ha perdido. El equipo titular de la ciudad de Trabzon (la antigua Trebisonda, último hálito del imperio griego bizantino hasta 1461), sigue siendo un gran animador del mercado tras haber conseguido su octavo título de liga (el último orgasmo colectivo tuvo lugar en 1984). El ya exbético Bartra, que sólo horas antes se daba un baño de multitudes con Miranda en un centro comercial de Sevilla, recaló en un pispás a orillas del Mar Negro y ya se halla jugando con su nuevo equipo sin pérdida de tiempo (no ha llegado a cuajar, por otra parte, una posible oferta del Trabzonspor por el sevillista Munir, que apuntaría al Getafe mientras se escriben estas líneas).

El equipo de color vino y celeste (eligió estos colores desde 1967 en homenaje precisamente al Aston Villa), busca reforzarse en plena eliminatoria de fase previa para disputar la Champions. Ha perdido 2-1 el partido de ida disputado en la capital danesa contra el Copenhague y, como sugieren las líneas curvas en el diseño de su escudo, se prevé marejada fuerte a mar gruesa junto al Mar Negro para el partido de vuelta (el gol de los turcos lo marcó Bakasetas, un griego que juega con su selección, pero a quien los irredentos nacionalistas de Grecia podrían considerar un traidor por mancillar el honor bizantino). En el capítulo doméstico, el Trabzonspor ha ganado los tres partidos que se llevan disputados en la Superliga y figura segundo en la tabla tras el Adana Demirspor.

Aunque arrinconado en el boscoso nordeste de Turquía (a diferencia de los estambulinos Besiktas, Fenerbahçe, Galatasaray y el nuevo y progubernamental Istanbul Basaksehir), el Trabzonspor es también, al igual que sus compañeros de Superliga, una buena fábrica de proporcionar noticias. Muchas de ellas no son tanto deportivas como dignas de figurar en la muy añorada sección de Sucesos de los periódicos.

He aquí algunas perlas en el tiempo. En abril de 2015 el autobús del Fenerbahçe fue tiroteado en su ruta desde Rize hasta el aeropuerto de Trebisonda (el conductor del vehículo fue herido, se detuvieron a dos sospechosos y la Superliga suspendió su curso). Justo un año después, un hincha del Trabzonspor agredió salvajemente al árbitro Boyan Bayarslan en un partido disputado en el otrora estadio Avni Aker contra el Fenerbahçe (el equipo local perdía por 0-4). Varios policías resultaron heridos por combates contra hinchas del Trabzonspor. La multa contra el club fue considerable. Meses antes, la Federación turca había sancionado ya al Trabzonspor con el cierre de su estadio –hoy juega en el actual Medical Park Stadyumu– y el apartamiento de tres directivos del club acusados de secuestrar durante cuatro horas a un árbitro tras finalizar un partido. Memorable. En otra ocasión, en la misma línea delirante, un futbolista del Trabzonspor fue sancionado por mostrarle al árbitro una cartulina roja (se le había caído al césped sin querer). El club reprodujo en su web el acontecimiento para orgullo de su hinchada.

Por otra parte, para los anales del peculiar balompié turco quedará la historia de Halil Ibrahim Dincdag, natural de Trebisonda y primer árbitro en declararse abiertamente gay en el fútbol de su país. La Federación turca lo apartó de todo cometido, si bien la Asociación de Árbitros le mostró su apoyo. Dincdag se declaró homosexual para evitar realizar el servicio militar obligatorio de 15 meses (en el ejército se licencian a los soldados que alegan problemas severos de salud y la homosexualidad se considera un “desorden psicosexual”). Dincdag llevó a la Federación a juicio, mientras un grupo mafioso de la región de Trebisonda lo amenazó con descerrajarle un tiro por ensuciar el nombre de la ciudad. Entre dimes y diretes, un tribunal de Estambul condenó a la Federación a indemnizar al repudiado árbitro con 23.000 liras (7.200 euros), un tercio de lo que pedía Dingdac.

Y otra curiosidad añadida y no menor. El actual alcalde de Estambul (quien gobierna Estambul ejerce en cierto modo un poder más que respondón ante Ankara) pertenece a la oposición socialdemócrata y laicista respecto al conservador e islamista AKP de Erdogan. Ekrem Imamoglu, nacido en una pequeña localidad al oeste de Trebisonda, fue en tiempos gerente del Trabzonspor. Pese al laicismo de su partido, lee el Corán y asiste a la mezquita los viernes. Pura hibridez a la turca. Visto lo visto, el Trabzonspor no tiene nada que envidiarle en noticias estrambóticas a los grandes Fenerbahçe, Galatasaray y Besiktas. Nos gustaría que el club color vino y celeste cielo se clasificara para disputar la Champions, aunque siempre le quedará el gran consuelo de la Europa League. Los turcos no suelen defraudar.


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