muchodeporte.com : Javier González-Cotta

Bilardo bajo la niebla

Esplendor en la Hierba
Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
13/01/2023

Hay nieblas muy bellas, muy pictóricas, que lo envuelven todo bajo una sensación de enigma. Pasea uno entre la niebla, como si se sintiera partícipe en una película de la Guerra Fría. Bajo el ‘sfumato’ de la calle todos adquirimos un volumen de misterio. En Sevilla hemos tenido mañanas sumidas en un cuajo de tiempo antiguo. Cantaba Franco Battiato en ‘Nómadas’ aquello de “en las nieblas del norte, en los tumultos civilizados” (se refería al gran Milán). Uno ha contemplado ya la niebla sedente sobre el Danubio, sobre el Bósforo, sobre el Hades del can Cerbero al sur del Peloponeso, motivo suficiente para poder despedirme del mundo con agradecimiento.

Sin embargo, hay otras nieblas menos amables. Son las que se cuelan en la mente, nublándola, hasta invalidarla con silenciosa crueldad. Hace ya unos años que la niebla ha ido cuajando en el cerebro de Carlos Salvador Bilardo. Padece la llamada enfermedad de Hakim-Adams, una dolencia neurodegenerativa, que le hace perder la memoria y habitar largo rato en la vasta y desnuda habitación de la nada. El doctor Bilardo, el célebre Narigón, lleva ya un tiempo sentado en su particular banco de niebla. Cruel metáfora. Ha trascendido ahora una fotografía donde se le ve tan presente como ausente, sentado en un sofá, frente a la tele, mientras Messi levantaba la Copa del Mundo, la misma que él ganó como entrenador de Argentina en México 86, siendo subcampeón en Italia 90.

El apagamiento de Bilardo coincide con la serie que HBO estrenó el pasado año, ‘Bilardo, el doctor del fútbol’. Antes que hombre de fútbol fue doctor, versado en ginecología, aunque ejerció el oficio de Galeno por muy breve tiempo. El fútbol era su placenta y su útero materno. Y el resultadismo, su método práctico. El hombre de las cientos de anécdotas, el entrenador obsesivo hasta el disparate, ha tenido que aceptar ahora –no sabemos si tuvo tiempo para meditarlo– lo que Dios le ha reservado en la suma de restas de sus últimos días. Las postrimerías de una persona son también otra forma de la niebla. Seguro que el neurótico de entre los neuróticos habrá aceptado el designio del omnipotente. Siempre se definió como católico y muy creyente, casi al modo del rockero Silvio, quien solía decir que era muy católico romano, pero practicante a su modo (“soy tan católico que no me hace falta ni practicar”). Ni siquiera le dijeron en su momento que Diego Armando Maradona había muerto. Se enteró, si es que cognitivamente fue consciente de ello, por la propia serie de HBO. No dijo nada. Al parecer, dicen que sólo juntó las manos.

El escudo de Argentina es un sol incaico de color amarillo oro que rebrilla con 32 rayos. Pero pudo haber sido también un triángulo con un ojo dentro, como el que se asocia a cierta idea abstracta o cabalística de Dios. En Argentina el triángulo isósceles de su credo –o sea, el fútbol– lo forman el menottismo (Menotti), el bielsismo (Marcelo Bielsa) y el bilardismo (Bilardo). Ni que decir tiene que lo redondo en su interior no sería un ojo eterno y vigilante, sino un balón, el esférico, la auténtica bola celeste.

El legado como ingeniero del fútbol que nos deja Bilardo va cobrando también la forma de la niebla. Quiero decir que va tomando ya la textura del recuerdo. Entrenó a Estudiantes de La Plata, Deportivo Cali, San Lorenzo de Almagro (el equipo del papa Francisco), la Selección Colombiana y la Argentina, Boca Juniors, Sevilla FC y, en última instancia, las selecciones de Guatemala y de Libia, para acabar volviendo al punto de partida con Estudiantes de La Plata (por eso al fin y al cabo toda vida de ley acaba siendo un regreso).

Las anécdotas que Bilardo dejó en su estancia en el Sevilla FC (1992-1993) dan para una epistemología del fútbol delirante. Con Maradona tuvo aquí alguna que otra trompada, dicho sea al argentino modo. Conocidísimo fue su reclamo y defensa del otro juego, cuando gritó a Domingo Pérez, antaño masajista (así se decía a secas en el mundo de ayer), que no debía atender a un jugador contrario del Deportivo de La Coruña, que había caído lastimado. “¡Domingo, que los de colorado son los nuestros!” De ahí el celebérrimo “¡písalo, písalo!”, pues al rival siempre había que pisarlo sin ningún desmayo de condescendencia. Nunca el reclamo del juego sucio nos sedujo tanto por su honestidad brutal. El eco en el tiempo de aquel “¡písalo, písalo!” aún perdura para desagrado de ignorantes y pusilánimes. Gloria al bilardismo. El Narigón volvió con urgencia al Sevilla FC en la peliaguda temporada 1996-1997 para intentar salvar lo imposible: el hundimiento a Segunda División. Se puso el traje de entrenador y se lo quitó al poco tiempo. Vio lo que había, percibió el tufo a cadáver y decidió regresar a Argentina.

La presente nota –dicho sea también al argentino modo– no quisiera pasar por un obituario anticipado y carroñero. Es sólo un homenaje, aun en vida, a quien ahora se halla sentado, en espera de lo ignoto, en su propio banco de niebla.


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