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Maneras de ir por la vida

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
03/01/2022

Aunque le dé la razón la tabla, al cabo el juez más justo y quizá el único, Julen Lopetegui tiene cosas que resultan complicadas de digerir y que explican por qué, pese a unos resultados apabullantes, la crítica ni, sobre todo, el público se le terminan de entregar. Faltan ocho horas para que el Sevilla juegue en Cádiz un partido que puede (¡¡debe!!) acercarlo a la cúspide y el entrenador vasco, con la aquiescencia e incluso el impulso de su director deportivo, no ha facilitado la relación de futbolistas que se vestirán de corto en Carranza. Esta tormenta es, ciertamente, en un vaso de agua… pero son detalles que van calando hasta determinar irremediablemente las opiniones. El cuquismo nunca sale gratis.

Se precian en el Sánchez-Pizjuán, con razón, de sustentar sus éxitos recientes –ya casi cabría escribir: su exitosa contumacia– en el cuidado extremo de los detalles. Pues he ahí uno que conviene corregir, por tanto, porque no es baladí permitir que una figura tan relevante como el entrenador del primer equipo crispe a la clientela con supercherías del siglo pasado y, tras cada tropiezo, con pataletas pueriles. Eso va generando un caldo de cultivo que termina, por ejemplo, con alguna bronca extemporánea de la concurrencia o despoblando las gradas de aficionados. Mientras gane, todo dará lo mismo. El problema de estas actitudes es que restan margen de maniobra en las derrotas porque hay demasiada gente esperando con la garrota (también dentro del club).

En la acera bética, por el contrario, reina un Manuel Pellegrini al que nadie chista siquiera tras haber cerrado la primera vuelta con un enojoso cero-de-seis. El bendito juego de las comparaciones nos dicta dos conclusiones: que el Sevilla parte desde más arriba, se lo ha ganado, y se hace por tanto acreedor a una crítica más afilada; y que en el banquillo del Betis se sienta un tío más aposentado (el adjetivo sería “normal”, es decir, una persona menos contaminada por el cuquismo del balompié profesional) que no suele culpar al empedrado y que, tras perder con el Celta, admite que “podríamos haber jugado un día entero y no habríamos marcado. Regalamos en defensa y estuvimos flojos en ataque”. Se equivoca como cualquiera, por supuesto, pero no negarán que su actitud provoca indulgencia. 


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