¡Monchi encuéntrate!
La tregua
Lucas Haurie 02/09/2022 |
Debían ser los últimos noventa, pues ya no era uno de esos veranos eternos de los tiempos de la universidad, cuando el gran José María Sanz se anunció en una nave industrial de un polígono aljarafeño cualquiera. El concierto fue olvidable, francamente malo, y una concurrencia compuesta en su mayoría por fans irredentos del rockero no prorrumpió en protestas, como hubiera sido lógico, sino que espoleó (¡¡espoleamos!!) al ídolo caído con un cántico de grada: “Loquillo encuéntrate”. Más apenados que enfadados, no nos resignábamos a la decadencia del más intelectual de los punkis, del más elegante de los iconoclastas, del más rebelde de los genios. Veintitantos años después, Loquillo llena salas como quien come cacahuetes y hasta dejó grabado un tema con –todos en pie– Johnny Hallyday. Es inmortal.
Uno siempre ha valorado más al director deportivo del Sevilla –todos en pie– por su manejo excelso del club y de sus circunstancias que por sus fichajes. Monchi es un magnífico fichador que, como todo hijo de vecino, comete errores en una tarea tan compleja. Bueno, ahí queda el balance deportivo y económico para quien quiera ponerse tiquismiquis. Pero no me hagan trampas en el solitario y analicen la imagen entera. ¿Qué era y qué es el Sevilla antes y después de Monchi? ¿Qué hizo en el bienio que faltó? En lo que no ha tenido parangón su maestría, sin embargo, durante veinte veranos con sus correspondientes inviernos, es en el engrasado de cada gozne de la máquina para que ésta funcionase al ciento veinte por cien de su capacidad. Y ahí es donde ha perdido tino en los últimos meses; en los últimos dieciocho meses, me atrevería a decir.
En enero de 2021, el Sevilla firmó por tres años y medio a Papu Gómez, que llegaba para acompañar a Rakitic en la nómina de ilustres veteranos con contrato colosal hasta junio de 2024. Fue el preludio de un verano de refuerzos vetustos –Delaney, Lamela, Dmitrovic–, de dos apuestas menos añosas que no han cuajado –Rafa Mir, Montiel– y del incalificable Augustinsson, que yo sigo preguntándome quién demonios recomendó el fichaje de ese chico. En invierno, llegó Corona para completar la nómina de futbolistas intrascendentes que se jubilarán en el club, junto a secundarios de rendimiento escaso como Joan Jordán, Gudelj u Óliver, entre otros. Dejemos aparte a Suso, martirizado por su tobillo y otras molestias. ¿Son todos los nombrados malos futbolistas? En absoluto, pero con su acumulación viró Monchi el rumbo de su estrategia: plantilla cara y viejuna.
La prueba de que no existe en el fútbol contemporáneo mejor plan de pensiones que fichar por el Sevilla es que, vendidos los dos centrales, no ha podido apenas hacer hueco en su plantilla para dotarla de alguna de las muchas cosas que necesita. A empellones y con los bolsillos llenos se fue Munir y cedido al Ajax marchó Ocampos después de un sainete del que, pese a las apariencias, poca culpa tiene Monchi, a no ser que sea cierto eso de que todo se le vuelven pulgas al perro flaco. Ya advertía Fernando Quiñones en su ‘Canción del pirata’ –qué razón tenía Borges en sus loas al escritor gaditano, autor del mejor libro de aventuras en español– que el único negocio digno de hacerse con holandeses es pasarlos por la quilla. ¡Poco hizo el Duque de Alba en esa tierra de herejes! Se le echaron atrás los taimados bátavos entre el apretón de manos y la firma, de lo que sólo cabe responsabilizar a quien da a su palabra el valor de una boñiga.
Todas estas circunstancias juntas, más el desastre sin paliativo posible que ha perpetrado con el eje centrales-mediocentro, nos muestran a un Monchi que quizá, ojalá, conserva el ojo para fichar; pero que, sin duda, ha perdido el control sobre su estrategia e improvisa a merced de los vaivenes del mercado y, ay, de los humores ajenos: entrenador, grada, esas redes sociales que tanto lo ocupan… Sucede también que el director general deportivo, con toda la pomposidad de su cargo y sobre todo con toda la autoridad que se ha ganado, carga sus espaldas al Sevilla entero. La petición no sería de ayuda para Monchi, puesto que él sabe hacer perfectamente su trabajo; la exigencia es más bien que alguien le haga ver cuándo se equivoca o que lo ampare cuando duda. Que le adviertan, lo corrijan, lo animen, le señalen el camino, lo arropen, le riñan, lo azucen, le den consejo…
Que alguien lo pare, maldita sea, cuando se le ocurre montar un circo patético en Almería. Porque el Sevilla está construido sobre Monchi y, por tanto, no puede permitirse ciertas flaquezas de Monchi. Se tiene que encontrar, como hizo Loquillo. Pero él solo no va a poder. El mercado ha terminado. Ahora es cuando Monchi hace su magia y todo funciona mejor de lo que esperaba el más optimista de sus seguidores.
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