El año de los calvos
La tregua
Lucas Haurie 16/10/2022 |
“Es el año de los calvos –arrancaba un artículo de Il Corriere dello Sport tras eliminar, de milagro, Italia a Nigeria en el Mundial 94–. Primero Berlusconi, después Pantani y ahora Sacchi…”. El entrenador de la Emilia-Romaña llevaría a los azzurri a la final de Pasadena, perdida en la tanda de penaltis ante Brasil, poco después de que Il Cavaliere ganase sus primeras elecciones legislativas y de que Il Pirata se revelase en el Giro, emparedado en el podio entre Berzin e Induráin. Los cráneos despejados estaban de moda en Italia como lo están ahora en el barrio de Nervión, donde se han sumado estas semanas Jorge Sampaoli y Luis Rubiales a la clásica trilogía de pelados.
La peluca lacia de Lopetegui, Fofito en algunos cenáculos, contrasta con el coco brillante de su sucesor, si bien los brazos de ambos testimonian un gusto común por el levantamiento de pesas. Calvas y jorobas son superficies estimadas por los supersticiosos, que frotan anhelantes sus billetes de lotería y alguna razón habrá que darles en vista de cómo le ha cambiado la suerte al Sevilla desde el desembarco de Sampaoli. Es lugar común aquello de que Napoleón preguntaba a los aspirantes a mariscal, antes de ascenderlos, si eran hombres afortunados: vale igual con los entrenadores. A falta de tiempo (y jugadores) para que el fútbol mejore, el santafesino ha espantado el cenizo que cernía sobre los sevillistas en los últimos tiempos. No cabe mejor carta de presentación para arrancar una segunda etapa venturosa.
Menos agradable es la calvorota reluciente de Luis Rubiales, a quien El Confidencial (enhorabuena: muerte al periodismo mamador) ha mostrado exactamente como es, un significativo estriptis integral. Pocos habitantes del planeta Tierra, cierto, saldrían incólumes de una publicación de sus conversaciones privadas. Pero la gran diferencia es que el presidente de una institución como la Real Federación Española de Fútbol debe someterse a las reglas de la política porque ocupa un cargo políticamente relevante. Es la vieja historia de la mujer del César, un mundo en el que la norma número uno es: “Si te pillan en un renuncio, a casa”. No se va ahora, igual que no se fue cuando las mangancias con Geri, porque el tipo es chulo para eso y para bastante más. Está acabado: es un zombi y aún no lo sabe.
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