Nuestras Firmas: Lucas Haurie

Entre leyenda viva y Lopetegui de Hacendado

El tackle

Lucas Haurie
22/05/2023

Si hubiese que destacar sólo a una persona en la peripecia trienal que ha llevado al Betis desde su desoladora mediocridad de 2020 hasta el pleno de clasificaciones europeas inédito en su historia, con el importantísimo añadido de un título de Copa, todos coincidiríamos en señalar a Manuel Pellegrini. Los elementos principales de su plantilla ya estaban aquí cuando él llegó, igual que los dirigentes, sin que ni unos ni otros hubiesen acertado a sacar al club de una espiral perdedora que, con contadísimas excepciones, se prolongó durante quince años. Por el rendimiento que ha obtenido de un elenco que ha ido cumpliendo años y perdiendo jugadores –empeorando, para no andarnos con circunloquios–, debemos contar ya al chileno entre los grandes entrenadores de la historia bética.

Esta temporada, sin embargo, se contará como una acumulación de pequeños desencantos. Seguramente por la altura de las expectativas creadas y también, con toda probabilidad, porque se percibe menos magia en la varita de Pellegrini. Y, en consecuencia, menos grandeza en su discurso. Alboreaba la primavera cuando, tras dos aciagas tandas de penaltis en la Supercopa y en la Copa, el Betis viajó a Manchester inmerso en la lucha por la tercera plaza liguera. Su entrenador proclamó en la sala de prensa de Old Trafford que todos los objetivos eran irrenunciables… pero al día siguiente compuso una alineación folklórica que contradecía sus palabras. “El United y su chequera son invencibles”, proclamó. Dos semanas después hincó la rodilla contra un candidato al descenso.

La eliminación, más bien una entrega de la cuchara en toda regla, se dio por buena porque permitiría concentrar energías en la pelea por la Champions, en la que enseguida se escapó el Atlético, lógicamente, pero a la que no terminaban de coger el aire ni Real Sociedad ni Villarreal. Aceleraron los vascos mientras el Betis se encelaba en idiotas polémicas arbitrales pero todavía había sitio, en vísperas del derbi, para discutirle a los castellonenses ese quinto puesto que –en palabras de López Catalán y la mente de cuanto ser humano albergue un elemental sentido de la decencia– podría llevar a la máxima competición europea en caso de veto al Barcelona. A condición de ganar en el Sánchez-Pizjuán, claro.

Pues resulta, como todos saben, que el Betis no ganó en el campo del Sevilla porque, entre otros motivos menores, no le fue inculcado desde el banquillo el menor deseo de hacerlo. Consciente de medirse con un rival físicamente disminuido, mentalmente en otro sitio y plagado de suplentes, Pellegrini planteó un encuentro pobretón, pequeñito, en busca de un empate que no le daba otra cosa que la primacía en la liga particular –condicionada a la victoria de la Roma– y que, tras alcanzar de milagro, se violentó para glorificar en la sala de prensa. Así están las cosas tres meses después de su ambiciosa proclama de Manchester… y de su once diabólico.

Pocas veces, en resumen, el adjetivo “pírrico” ha adquirido tanto sentido en el fútbol sevillano. O sí. Recuerda la situación al final de la temporada pasada en Nervión, cuando el estupendo balance global de tres cuartas plazas consecutivas y un título europeo impedían admitir lo que estaba claro: el ineluctable fin de la etapa de Julen Lopetegui en el Sevilla. Los clubes deben mimar a sus elementos competentes y, al mismo tiempo, deben prepararse para cuando dejen de serlo. En el Sevilla, debió salir antes el entrenador. En el Betis, quizá, el entrenador sea lo más salvable y deban producirse antes otros cambios. En el vestuario o en otros estamentos. Lo que parece claro es que este ciclo ya tocó techo.

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