Un moderno Otto von Bismarck añadiría las plantillas de fútbol a su lista de cosas de las que es mejor no conocer demasiado. “Nadie debería saber nunca cómo se hacen las leyes ni las salchichas”, advirtió el Canciller de Hierro. Sería complicado, o sea, que muchos aficionados al fútbol mantuviesen intacta su pasión si se los castigase con la maldición de espiar por el ojo de la cerradura a dirigentes, directores deportivos y apoderados durante la berrea de los fichajes. ¡Qué espectáculo tan poco edificante! Dos técnicos expertos como Pellegrini y Mendilibar, cada uno en la proporción de sus fuerzas, hacen malabares en agosto con las carnes abiertas pensando en lo que se encontrarán en el entrenamiento del 2 de septiembre.
El lector merece, de vez en cuando, una reflexión a calzón quitado como la que aquí les dejo. ¿Qué demonios hace esta gente con la pasta? Se puede sospechar, porque algo de cierto hay, que la miríada de millones que se mueve en el mercado balompédico no pasa en ocasiones de ser un apunte contable. Y se podría preguntar también, si querellas y sensibilidades no estuviesen a flor de bolígrafo –o de teclado– y piel, que por qué el dinero que falta a Sevilla y Betis, guiñoles en manos de los cuatro titiriteros que controlan el cotarro, fluye alegre entre sus accionistas referenciales desde los recios tiempos de Ruiz de Lopera y Del Nido Benavente. Al menos ellos, hijos de una época y de la laxa moralidad de entonces, siempre parecieron exactamente lo que eran.
Mientras los filibusteros de Heliópolis han clavado sus garfios en el palco, que se aprestan a tomar al abordaje, los trileros de Nervión mueven la bolita de su prestigio antañón intentando que los primos no percibamos que éste es menguante con tendencia a cero. A ambos los une una realidad: los clubes están en la más absoluta ruina, pero han elegido andar por el disimulo y la ingeniería financiera –contabilidad mágica, más bien– en vez de por el pedregoso camino de la virtud. Es muy complicado que así salga algo medianamente potable, aunque siempre se alberga la esperanza de que, vista la fauna que habita esta selva, en otras plazas las cosas de hayan hecho todavía peor. O de que se obren milagros como el advenimiento del nuevo Marcao y la explosión tardía de Gelson Martins.
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