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Rubén maltrató al Valladolid... y sólo al Valladolid

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
29/06/2018

Hace tres inviernos, con la primavera casi alboreando, este modesto periodista escaló hasta inusitadas cimas de popularidad por un titular –modestia aparte– bastante certero. “Rubén maltrata al Valladolid”, encabezaba la crónica de uno partido, otro, en el que el delantero canario le había hecho un tremendo destrozo al rival del Betis, y la oportunidad quedaba redoblada por haberse jugado ese encuentro con fecha de 8 de marzo. Muy poca gente se molestó en leer el cuerpo de la crónica, ni en el diario La Razón ni en la reproducción que publicamos en este sitio web. ¿Para qué? La chusma inquisidora que se parapeta tras la llamada “perspectiva de género” jamás permitiría que cinco minutos de atención a la letra impresa le estropeen un bonito prejuicio. El artículo no incriminaba ni defendía al futbolista, se limitaba a señalar algunas de las contradicciones que la judicatura ahora ha desnudado con una sentencia impecable.

Rubén Castro, transcurrido este tiempo, ha sido absuelto en dos instancias de los cargos de maltrato que le imputaban la Fiscalía y la acusación particular, vicarias de esa abogacía “enragée” que, tras imponer una legislación discriminatoria, promueve el asesinato civil de los jueces que se resisten a aplicarla. Se señala con frecuencia, y también en este caso concreto –las principales autoridades regionales condenaron al delantero sin necesidad de que el juicio se celebrase–, a los políticos como causa de una desgracia de la que en realidad son sólo mariachis: enciclopédicamente analfabeta e insondablemente mediocre, nuestra clase dirigente se da codazos para montarse en este tren barato cada vez que un caso mediático chifla en los platós. A falta de ofrecer soluciones para los problemas reales, ninguna encuesta se queja cuando un cargo se alinea con el sector más chillón de la plebe.

La enorme popularidad de Rubén Castro, un futbolista excepcional y un personaje simpático en su sencillez, puede convertir su blanqueamiento judicial en una munición importantísima para el bando de la sensatez, que en España nunca anda sobrado de adeptos. Su peripecia, por no decir su calvario, ha demostrado –otra vez– que también los hombres inocentes son sometidos en muchas ocasiones a procesos kafkianos en los que su hacienda, su reputación y su psique resultan destruidos sin necesidad de que su culpabilidad queda acreditada. Una bandada de aves carroñeras, por seguir con las analogías zoológicas de la tristemente célebre “manada”, devora a aquél sobre quien recaiga la más mínima sospecha de no se sabe bien qué… Rubén Castro seguirá maltratando a sus rivales, sí, pero nadie podrá decirle que es un maltratador.


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