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La fe del carbonero

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
23/10/2018

La racionalidad del ser humano, su lado intelectual, es cruz y delicia de la vida en el planeta Tierra. Lo más maravilloso y lo más aberrante de cuanto conocemos brota de esa maquinaria asaz desconocida que es nuestro cerebro. También eso que algunos aficionados a pensar, quizá enviciados con el pensamiento, llaman “la idea” y a la que dedican todos sus afanes. Por muy elevada que sea en su concepción primigenia, toda “idea” está sujeta a degradación, como esa democracia que, sabemos desde Platón y padecemos hasta nuestros días, degenera hasta convertirse en demagogia. La convicción, o sea, es loable mientras no traspase la delgada línea que la separa del fanatismo.

El joven Mohamed Atta, por ejemplo, era un caritativo mahometano que cumplía con los magníficos preceptos de Islam hasta que su devoción fue demasiado lejos, tanto como para hacer un curso de pilotaje y estrellar un avión contra una de las torres gemelas de Manhattan. Los mismos petrodólares suníes que le pagaron la estancia en los Estados Unidos financian hoy otra idea, en un ámbito menos inflamable como el fútbol, a la que se adhiere con fe de carbonero Quique Setién.

- ¿En qué crees tú?

- En Pep Guardiola.

- ¿Y Guardiola en qué cree?

- En lo que yo creo.

Mediante esta (cutre) mayéutica de catequista podría resumirse la pertinacia, más de alucinado que de iluminado, con la que el entrenador del Betis defiende “la idea”. La enseñanza más útil que nos ha legado el lucidísimo pensamiento de André Malraux es que conviene desconfiar de cualquier doctrina que explique por sí misma toda la actividad humana. El heterodoxo por antonomasia, en plena era de los totalitarismos, se separaba del catolicismo y de la teoría general de sistemas, del psicoanálisis y también del marxismo. “¿Soy clásico o romántico?”, dudaba el hermano de Manuel Machado en su autorretrato. ¿Soy de Bilardo o de Menotti?, sería sano que dudasen todos los técnicos al final de su carrera. Si Malraux hubiese sido entrenador de fútbol… con toda seguridad, no habría caído en la moda de hace algunos decenios, cuando el preparador físico tomó las riendas hasta pretender hacer de cada plantilla un pelotón de triatletas. Pero también habría abjurado del reduccionismo maniqueo de Setién y sus guías espirituales, para quienes supone un crimen de leso fútbol no actuar exactamente como ellos piensan. “In medio virtus”. Ah, los saberes clásicos, tan tontamente preteridos por los lechuguinos al mando.


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