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Un Sevilla vecinal, un Sevilla global

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
16/12/2018

Había muerto de madrugada Antonio Cortés, flamenco de la estirpe de los Pantoja. Trianero del Tardón nacido en Algeciras. Sublime intérprete de clásicos como “Tú y yo”. Cuarterón. Golfo. Empotrador, ahora que hay quien reivindica el término, y no me dejarán por mentiroso las cachorras de la aristocracia. Simpático. Atormentado. Guapo. Derrochón. Bohemio. Libre. Artistazo. Por la megafonía del Sánchez-Pizjuán atronaba antes del partido contra el Girona “esta cobardía de mi amor por ella…” y toda la concurrencia, hasta el más moderno de los gafapastas, sintió un pellizco de nostalgia por la Sevilla de entonces, la que Chiquetete surfeaba de madrugada, incansable, de la discoteca más a la moda al garito más cutre. O tal vez, sólo tal vez, porque el tiempo pasa sin que casi nos demos cuenta y ya está aquí 2019, un quinto del siglo casi consumido y la tumba, escribió Rubén Darío, “que aguarda con sus fúnebres ramos”.   

Dos minutos después, se van a recitar las alineaciones, ejercicio que el speaker –nótese el pertinente anglicismo que ha desterrado a la voz española locutor– encaja en el tiempo que suena “The Final Countdown”, himno del glam metal que la banda sueca Europe convirtió en la bandera de una generación, la que en España vivió el apogeo de Chiquetete. ¿Nadie se dio cuenta? En los prolegómenos de un partido de fútbol cabe el casticismo más esencialista y la internacionalización más cosmopolita. Lo mismo que en un club. Si la violencia de mayor o menor intensidad no lo impide, el Sevilla será dentro de poco el club vecinal que apenas si levanta simpatías más allá de la ronda de circunvalación SE-30 y también el club global cuyas acciones, quién sabe, cotizarán un día en bolsa. Siempre, en uno u otro caso, regido por sevillistas. ¿Qué harán los próximos dueños de esta S.A.D.? Lo mismo que los actuales: mantener a un sevillista de cuna, José María Cruz, para cuadrar los números e intentar que regrese un sevillista sobrevenido, Monchi, para armar las plantillas.

El Sevilla no se vende, claro, porque ya está vendido. Se vendió en 1992 y mirar en qué hospital nació el accionista de referencia es un ejercicio patético que navega entre lo cateto, si es por ignorancia, y lo xenófobo, si procede de una reflexión más sosegada. Una ridiculez tan absurda, o sea, como sería dar las alineaciones al ritmo de Chiquetete.


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