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Setién, delicia y cruz

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
23/12/2018

¿Resultados? En el “extraordinario” periodo en el que Enrique Setién Solar ha entrenado al Real Betis Balompié, ha metido su equipo cinco goles en el Sánchez-Pizjuán y cuatro en el Camp Nou, además de lograr sendas victorias en San Siro y el Santiago Bernabéu, las guaridas de los ogros con más Copas de Europa. En fin.

A los veintiún minutos del Betis-Eibar que cerró 2018 en el Benito Villamarín, se asistió a un prodigio, a una obra de arte firmada por un orfebre del fútbol. El gol de Sanabria (4 en 1.015 minutos frente a los 3 en 1.296 de Loren) es una de esas raras maravillas tras las que cabe ameritar más al entrenador que a ninguno de sus entrenados. Acaso sí chispeó el gran Joaquín, con su control y pase supersónico para dársela a William Carvalho todavía en zona intrascendente; el crack portuense hizo gala en esa acción, como siempre, de una gran técnica. El portugués, con un toque sencillo, abrió para Lo Celso, que corrió unos metros y centró al segundo palo, donde Tello controló y se la dio al paraguayo… cuya definición fue casi cómica. El golazo, es decir, no necesitó de ninguna hazaña individual, casi podría afirmarse que lo habrían marcado igual futbolistas de Tercera división. A uno le apuntaremos la diana y a otro la asistencia, pero ese gol lo marcó Setién. La colocación de los elementos y la sincronía entre éstos y el discurrir del balón son cosa suya.

Muy pocos equipos son capaces de jugar como el Betis de Setién, nótese la pertinencia de la preposición, que ha vencido reticencias tan feroces como las de, sin ir más lejos, este periodista (sabrán disculpar el egotismo, pero es que no se me ocurre nadie menos partidario de, en la alta competición, la preeminencia de la estética sobre la contabilidad). Pero el gurú, que así lo llaman sus seguidores sin ápice de ironía, ha convencido primero de la sinceridad de sus premisas y, luego, de su eficacia.

La afición sevillana ha padecido algunas veces a sicofantes que querían tapar su inepcia con la mercancía caducada de un discurso amable. Víctor Fernández, por buen apodo Víctor Farsante, proclamaba su compromiso irrompible con la plasticidad mientras ordenaba, apenas se adelantaba su Betis en el marcador y aunque quedasen setenta minutos, la deserción de los recogepelotas para ralentizar el partido. En el Sevilla, se sufrió hace sólo dos años la gran impostura de Jorge Sampaoli, ese paladín del fútbol ofensivo que jugaba sin delanteros, que llegó secundado nada menos que por Juanma Lillo. Hemos oído por aquí, o sea, mentiras de todo jaez y los peor pensados temíamos que Quique Setién fuera otro de esos engatusadores. No es así.

Es la primera vez, y posiblemente la última, en la que un banquillo de Primera división está ocupado por un señor más preocupado de lo que él llama “el juego” –y que, en el mejor de los casos, es un concepto de complicada aprehensión– que del resultado de un partido concreto. Setién alberga la convicción, y tal vez yerre pero tal vez no, de que sólo por un camino se puede llegar a la meta anhelada o que, de cualquier modo, ésta no se alcanzará a través de la renuncia a los propios principios. Él piensa que el Betis de la hora no mejoraría con otro plan u otro estilo, y por eso pone tremenda cara de culo cuando, como en el partido frente al Rayo (ganado) o en el del año pasado contra el Alavés (también ganado), sus pupilos olvidan las consignas para centrarse en la conservación de una ventaja. Ocurrió también ante el Eibar, con la consecuencia vista y aún pudo ser peor.

Lo interesante en Quique Setién es que ha introducido una variante verdaderamente filosófica en el fútbol de élite. ¿Hasta dónde o hasta cuándo ha de servirle al Real Betis este revolucionario? Depende de la frecuencia de los sucesos: por muchos años si se hacen consuetudinarias jugadas como las del minuto 21 contra el Eibar; por poco tiempo si se repiten más de lo deseado meneos como los que le dio el Eibar.   


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