Ahora sí que es un crack
La tregua
Lucas Haurie 10/01/2019 |
Podría haber fingido un imprevisto laboral de última hora y excusar mi ausencia con un guásap pero uno, a falta de vocecilla en la conciencia, tiene memoria suficiente como para recordar el soniquete atiplado del maestro José María García: “El único patrimonio del periodista es la credibilidad”. Nadie me habría creído, o sea, porque no soy de deslomarme trabajando y además manejo un teléfono analógico de 1998. Además, si una persona en Sevilla está vacunada contra las mentirijillas piadosas, se llama Gabino Rodríguez, en la presentación de cuyo libro, “Alma”, falté por culpa del regalo (¡¡regalito!!) que los Reyes Magos me dejaron el 6 de enero junto a los zapatos: una gastroenteritis vírica que degeneró en torrencial diarrea.
Se queda corto mi admirado Joaquín Adorna cuando escribe que la vida de Gabino, ese mago del balón, da para un libro. ¿Sólo uno? Una saga proustiana, y todavía quedarían sin contar historias de aquella ciudad golfa en la que un jugador cuajado de clase y dotado con un genuino pellizco de artista se levantó en el campo tantas veces como se equivocaba fuera de él. El personaje merecería la calificación de George Best andaluz, un simpático antihéroe novelesco empeñado en descender a los infiernos, si no hubiese demostrado, tras su retirada y bancarrota, tener muchísimas más agallas e inteligencia que el venerado norirlandés. En lugar de dejarse caer por una espiral de autodestrucción melancólica, el camino fácil, Gabino eligió la carrera de obstáculos de la vida, una de verdad en lugar de ese fulgor engañoso del fútbol profesional. Estudió, se miró por dentro, discernió entre lo esencial y lo anecdótico, canalizó sus frustraciones hasta convertirlas en energía positiva… Cuando corría como un perdigón con la pelota cosida al pie por el Benito Villamarín era sólo un futbolista. Hoy, ahora sí, es un crack.
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