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El fútbol necesita mucha más tecnología

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
25/02/2019

La dimensión, inconmensurable, del éxito de la implantación de la asistencia de vídeo al arbitraje (VAR) en el fútbol se percibe en un detalle que esa especie de movimiento entre ludita y tabernario ha intentado que pase desapercibido. En julio, tras el Mundial, ni UEFA ni la RFEF tenía previsto introducirlo en sus torneos más emblemáticos, la Champions League y la Copa del Rey respectivamente, y la reticencia se solventó sobre la marcha al comprobarse que tantos años de resistencia a la ayuda tecnológica habían sido tiempo perdido amén de constituir una monumental estafa. El aficionado al fútbol se puede preguntar hoy que qué clase de infierno era este deporte cuando los resultados dependían por completo de la vista de tres atribulados señores obligados a decidir en medio segundo.

Cuando, en semanas como ésta, arrecian los regüeldos de quienes todavía execran este sistema porque no ha terminado con TODAS las polémicas (una estupidez tan grande como argüir que la penicilina es una filfa porque, total, al final todo quisque acaba estirando la pata…), se hace más necesaria la pedagogía acerca de su implantación. Que, al menos en la Liga española, adolece de algunas deficiencias no por su uso, sino todo lo contrario: por las excesivas restricciones que le impone un estamento arbitral todavía estancado en el paleolítico de la infalibilidad y el corporativismo.

Los equipos sevillanos, y sus aficionados (también un periodismo que, en número creciente, abandona hasta la apariencia de imparcialidad para convertirse en el elemento más ruidoso de la hinchada. Así está la profesión, por desgracia), se vienen relacionando con el VAR igual que con el arbitraje analógico, lo que es comprensible y legítimo. Pablo Machín era una pantera enarbolada después del derbi, cuando reclamaba revisiones puntillosas de la jugada de la expulsión de Roque Mesa y, poco después, bramaba por el periclitado axioma “en caso de duda no es fuera de juego” tras habérsele anulado un gol por milímetros a Ben Yedder contra el Getafe, pero le pareció estupendo que sucediese los mismo con un tanto de Modric diez días después; en San Mamés, no protestó cuando desde Las Rozas se retrotrajeron un cuarto de hora para invalidarle un gol al Athletic. Quique Setién, por su parte, aludía a la pureza virginal del fútbol que él jugaba en su infancia en la playa de Magdalena, manchado por la tecnología si le negaba un penalti sobre Canales… hasta que una cámara de alta precisión confirmó que cierto córner directo de Joaquín contra el Valencia entró y que no lo hizo el cabezazo de Calero en el Nuevo Zorrilla. Está bien, lo de toda la vida, pero con un elemento más. Cuando es a mi favor, se alude al pecadillo disculpable, el redundante “error humano” (como si no supiésemos desde hace veinticinco centurias que “errare humanum est”), y un fallo en mi contra constituye prueba irrefutable de la existencia de una conspiración de las fuerzas oscuras que manejan los hilos del universo.

Un episodio que, más allá de los apasionamientos locales, nos sirve para situar al VAR en su lugar exacto es, a mi juicio, la doble confrontación Real Madrid-Levante de esta Liga saldada con una victoria para cada equipo, con lo que así no deberían ni promadridistas ni antimadridistas acusarnos de partidismo. Ha habido en estos encuentros cuatro acciones discutibles resueltas bajo el siguiente esquema. 1) Gol fantasma del Real Madrid: el árbitro lo concede y se equivoca; interviene el VAR y se anula = se hace justicia. 2) Penalti a favor del Levante: el árbitro lo pita fuera del área y se equivoca; interviene el VAR y se pita = se hace justicia. 3) Penalti a favor del Real Madrid (1): el árbitro no lo ve; interviene el VAR y se pita = se hace justicia. 3) Penalti a favor del Real Madrid (2): el árbitro se lo imagina; NO interviene el VAR y se pita = NO se hace justicia. Si existe un método para reducir los errores, ¿por qué no se emplea? Y, ¿dónde queda el criterio arbitral? Pues donde siempre: decidirá sobre las jugadas dudosas el árbitro según su personalísimo, y casi siempre bien formado, criterio… aunque con la inestimable ayuda de varias repeticiones y de unas decenas de segundos preciosos para tomar la decisión. No desaparecerá la polémica, claro que no, pero seguro que se evitan muchos escarnios. De todo esto se deduce, creo yo, que debería extenderse el uso del VAR y, como sucede en otros deportes de reloj corrido (balonmano, hockey sobre hierba, rugby…), la implantación de una mesa de cronometraje que detenga el cómputo del tiempo a instancias del árbitro, así se puede parar el juego cuantas veces sea necesario y se termina con la lamentable picaresca del fingimiento de lesiones.  


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