muchodeporte.com : Lucas Haurie

Quietos, esperando que la muerte los pase a recoger

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
03/03/2019

El ocho de treinta que perpetró el Girona en las diez últimas jornadas de la pasada Liga debería servir como aviso a los cofrades de la Santa Paciencia, porque denuncia que a Pablo Machín, en su única temporada como entrenador de élite, se le cayó el equipo con todo el ídem. Si consideramos que el Sevilla comenzó a competir el 26 de julio, casi cuadra la cuenta de la obsolescencia programada en siete meses de un entrenador al que hoy se lo aprecia desbordado por la tarea de perseguir objetivos europeos. En este punto, la primera pregunta que cabe hacerse es por qué un club en el que se cacarea sin cesar “exigencia” y “ambición”, como el impertinente loro Ernesto en el último y desternillante montaje de La Cubana, basta una salvación al frente de una tropa modesta para ser entronizado como el técnico al que confiar un proyecto con ansia de gloria. Le ha venido enorme el traje, o sea, y será tiempo perdido cada segundo que transcurra hasta su inevitable destitución.

Si Machín, después de esa derrota oscense trágica con ribetes vodevilescos, no ha tomado las de Villadiego es exclusivamente por la renuencia de sus superiores a profundizar en la espiral de decisiones funestas que ha metido esta decadencia por las puertas de la entidad. Dicho de otra forma, nadie con mando en el Sevilla confía en el entrenador pero los responsables confían menos todavía en su propia capacidad para enderezar lo que han torcido. Así, la pregonada endeblez del Slavia y una suerte de creencia esotérica en la influencia del Sánchez-Pizjuán en los resultados son los argumentos para que la semana traiga dos victorias si no salvíficas, sí que permitan ganar tiempo para dejar que este pobre desgraciado quede retratado en las dos fotos en las que todos temen aparecer: la del segundo saqueo de Nervión por parte del rumboso Betis de Setién y la de la abdicación del rey de la Liga Europa frente al primer rival medio decente que se le cruce en el camino. (Ese hospital de campaña llamado Lazio quedó visto que no contaba.)

¿Qué pueden hacer Pepe Castro y Joaquín Caparrós en semejante tesitura? De momento, han elegido el inmovilismo “rajoyano” con la esperanza de que el batacazo no sea demasiado sonoro y el crédito que aún (nótese la pertinencia del adverbio) atesoran ambos les permita acogerse al sagrado de la próxima planificación estival para intentar demostrar, ojú, que al tercer año sin Monchi y al cuarto sin Emery se acabarán estos bandazos con tufillo de declive irremediable que han hecho desfilar por aquí a Sampaoli, Ganso, Kranevitter, Berizzo, Kjaer, Muriel, Montella, Sandro, Arana, Gnagnon, Óscar Arias, Machín, Geis, Promes o Amadou, entre otras calamidades incluso peores. Lo deseable, sin embargo, sería que se jugasen la carta del relevo en el banquillo para ofrecer a la clientela, al menos, un cuarto de final europeo que levante mariposas en el estómago. Esas cosas pasan a veces, como demostró el ratero napolitano que se asomó a estos pagos la Navidad antepasada.


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