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No vine aquí para hacer amigos...

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
02/04/2019

Igual que le pasa a él con Pepe Castro, que dice que no puede ser imparcial por tratarse de su amigo, a este opinante le ocurre con Augusto Lahore que todos los juicios quedan contaminados por el parentesco. Podría ser para mal, que de todo hay en las familias, pero él es de los primos a los que gusta encontrarse por la calle, lo que sucede frecuentemente porque resulta que encierra su coche en el garaje del edificio que se yergue entre la casa donde pernocto –casi siempre– y el bar donde desayuno –todos los días sin excepción–.  Tertulió Lahore el lunes donde la Cope, con el estelar quinteto de periodistas que cuenta el deporte en esa santa casa, y volvió a entonar en silencio el primer verso de “Feo, fuerte y formal”, el legendario tema de Loquillo: “No vine aquí para hacer amigos…”. Ni falta que le hace, porque los sevillistas cabales saben, por boca antes de Roberto Alés y ahora de su familia, cómo de importante fue su papel durante los años en los que el club se reconstruía desde la más absoluta ruina que él relataba, sí, con un punto de sádico deleite.

No le han mermado los años ese afán suyo por decir las verdades, sobre todo las más crudas, duelan a quien duelan; quizá porque, chapado como está a la antigua, le parezca inconcebible que los sevillistas execren todavía a quien les habla como a adultos, igual que cuando soliviantaba a esos accionistas protestones que suelen confundir juntas generales con tenidas de peñistas: “Soy el vicepresidente económico. Me pidieron quinientos millones para fichar a Gluscevic y busqué quinientos millones para fichar a Gluscevic. Si ahora Gluscevic marca o no marca, bascula o no bascula... no es responsabilidad mía”.

Con el asunto de la venta del club, comprobamos que Lahore sigue a vueltas con su molesta agudeza y lamenta la dificultad de encontrar a un comprador solvente dispuesto a desembarcar en la ciudad que comenzó las obras del metro en 1980 para, cuatro décadas después, tener sólo una línea testimonial operada con trenes de chichinabo. Javier Tebas gestiona un negocio que factura decenas de miles de millones de dólares en el mercado global pero en Sevilla, en la bendita Sevilla, es zarandeado por la Hermandad de La Milagrosa, una de mil quinientas cofradías que ahora desfila en las vísperas y que se queja ante el Cabildo de Toma de Horas porque no puede lucirse en su revirá hacia la calle José Luis de Casso. ¿Cómo pretendemos que alguien con dos dedos de frente venga a mezclarse como semejante fauna?

El Sevilla Fútbol Club del siglo XXI necesita un accionariado y un consejo de administración de excelencia, como de excelencia son los dos directores generales (Rodríguez Verdejo y Cruz Andrés) que gestionan ahora sus dos principales áreas. A los actuales propietarios, además, los asiste el derecho de realizar las plusvalías que sus brillantes mandatos han generado. No es tan complicado de entender lo que explica Augusto Lahore y el periodismo, entiendo, debería afanarse más en informar a los aficionados que en sumarse a la estúpida moda de halagar a la muchedumbre, ésa que se deshace en ‘likes’ internáuticos ante el primer poetastro de mercadillo que se engola para cantar loas a “la grada sabia de los Guardianes de Nervión cuyo aliento abate a los gigantes más pavorosos”. Paparruchadas para adolescentes onanistas. Luego llega Messi, con su metroymedio escaso, marca tres goles, echa una meadita en cada banderín de córner y se va para Barcelona muerto de la risa. Porque la única forma de jugar en el patio de los mayores es ser buenísimo en todos los estamentos. Y, a veces, ni siquiera así.


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