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El resultado aparecido y el resultado planeado

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
23/04/2019

Ah, las ínfulas. Uno se ve a veces, aunque sea por cuenta de las banalidades del balón, refutándose a sí mismo con vehemencia. ¿Qué digo vehemencia? Con toda la violencia que requieren estos tiempos de penumbra. Furioso e insobornable, armado de una prosa degenerada y con la depravación moral por bandera, como Pier Paolo Pasolini en vísperas de su salvaje asesinato, a pedrada limpia contra cuantas ideas habían inspirado su formidable producción intelectual. Una pura y maravillosa contradicción, eso tan humano. La mente más preclara del siglo XX italiano, el moderno por antonomasia, desconcertaba con sus escritos –mejor: con sus vómitos torrenciales– “contra el aborto”, “contra el pelo largo”, “contra el consumo”; contra, en suma, la modernidad.

Debe, o sea, decidir Monchi quién será el entrenador de su primer Sevilla en su segunda etapa y planea un sangriento atentado, muy pasoliniano, contra la modernidad con la renovación de Joaquín Caparrós. Quizás “planear” no es el verbo idóneo cuando la expresión usada fue “no-lo-descarto-en-absoluto”. Pero ahí está el asunto, pese al gatillazo de Getafe. Si, cabalgando sobre un calendario favorable, el utrerano alcanza la cuarta plaza… Lo moderno, en fin, sería volver a intentarlo con unos de esos técnicos full equip tan a la moda, esos anonadantes timadores provistos de un iPad y un cuerpo de colaboradores con elementos suficientes como para llevar a La Cena, tres pasos, desde Los Terceros hasta la Catedral. Qué se yo, cualquiera puede valer. Eduardo ‘Toto’ Bordalás, Abelardo Machín, Marcelino Sánchez del Amo… De cuquis está plagado el fútbol, la oferta es casi infinita. Para eso, Caparrós: con sus voleones, su berzal, sus aspavientos, su sangre roja y esa flor que casi nunca, ¿por qué será?, lo abandona.

Llega, sin embargo, el momento supremo de la contradicción para pedirle a Monchi –es un recurso estilístico: no habita este rincón de la red uno de esos periodistas carajotes que se arrogan capacidad de influencia sobre nadie– que considere el fichaje de un técnico dispuesto a que el Sevilla juegue bien al fútbol. No se tome el adverbio modal, ojo, en el sentido sampaolesco o setienista del término, bajo esos cánones que impone la yihad catalana pregonada por Guardiola y Xavi con la financiación de los petrodólares qataríes, porque hay muchas maneras de jugar bien, todas ellas igual de legítimas. Lo que se quiere decir es que ha llegado la hora de que se deje de adorar al marcador como a ese Mesías que aparece, o no, por arte de birlibirloque para justificar todo lo que durante la semana se hace mal.

¿Los fichajes son, en general, un mojón? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿Se está a expensas de una aparición de Sarabia? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿El entrenador era un sinsorgo que pretendía echar a Ben Yedder para traer a Portu y a Mariano? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿El presidente está frecuentemente en Belén con los pastores? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿La institución ha empequeñecido su mensaje y ha perdido peso específico? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿El equipo, pese a la reanimación de la mano de Caparrós, juega requetemal? Pero seguro que le ganamos al Rayo. ¿No salta a la vista que algo ocurre con Banega y el Mudo Vázquez? Pero seguro que le ganamos al Rayo. El plan, o sea, no puede ser esperar a que llegue el día de partido y que Dios reparta suerte. El plan ha de consistir en tener a alguien que planee cómo se va a intentar que sea buena la suerte que repartirá Dios.


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