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Tebas avisa a navegantes

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
24/03/2020

Cuando los grupos terroristas de finales del siglo pasado se abandonaron definitivamente al salvajismo, definieron su estrategia de atentados indiscriminados como una “socialización del dolor”. En pura lógica leninista, por eso estas organizaciones siempre contaron con la aquiescencia del bloque soviético, cuando no con su apoyo directo, pensaban que matar a dos policías en Rentería ponía en jaque al Estado, vale, pero que reventar a veinte ciudadanos cualesquiera en el Hipercor de Barcelona concienciaba a todo el mundo de la existencia de un conflicto. No vamos a seguir transitando por andurriales incómodos, como señalar el idilio que algunos de estos ideólogos desquiciados –Boye, Otegui y otros recolectores de nueces– mantienen hoy con el Gobierno de la nación, aunque sí es justo reconocer que el planteamiento, más allá de su locura asesina, es aplicable a otras situaciones.

En la España del “ande yo caliente y ríase la gente”, o sea, nadie asume un problema hasta que no le atañe directamente. La LFP ha suspendido sine die sus competiciones y asesorará a sus afiliados en la aplicación de recortes salariales. Cuando Javier Tebas pretendía mantener viva –con las restricciones legales vigentes en aquel momento– la industria del fútbol, enseguida chocó con la demagogia de los sindicalistas felones (pleonasmo) de la AFE. Los futbolistas de élite, que en su mayoría sigue sin mandar a casa a la legión de trabajadores a su servicio, se apresuraron a pedir la paralización de su sector, cuando para jugar y retransmitir un partido de Primera a puerta cerrada se moviliza menos gente –con medios de prevención mucho más eficientes– que para abrir un supermercado. De modo que Antonio, mi quiosquero, se juega la salud de ocho de la mañana a cuatro de la tarde para vender, con suerte, cincuenta periódicos al día… pero Messi y sus 500 colegas de profesión no quieren impulsar una industria de centenares de millones de euros.

La maniobra de Tebas es una advertencia a todos los actores del fútbol profesional. Sin partidos no hay pasta, no hay pasta para nadie, así que ya pueden ir dándose todos patadas en el culo para empezar a jugar en cuanto la crisis sanitaria lo permita. Freddy Mercury se moría, literalmente, víctima del SIDA sin dejar de cantar “Show must go on” –el espectáculo debe continuar– porque ésta es la única manera que tenemos de soportar la futilidad de la existencia. Hace dieciséis años, anteayer mismo, la Liga se estaba jugando un sábado 13 de marzo, dos días después de que doscientas personas muriesen en los atentados de Madrid. El 14 de julio de 2016, un islamista bárbaro (otro pleonasmo) asesinó a 87 paseantes en Niza y al día siguiente, se celebró una contrarreloj del Tour a menos de 300 kilómetros. Lejos de resultarme inhumano, este afán por la normalidad a-pesar-de-todo me parece un rasgo de profunda, esencial, humanidad.

Van a permitir que concluya desvelándole un secretillo interno de la profesión, ya que el Altísimo no me llamó por el camino del corporativismo. Hace un par de semanas, se gestaba la declaración del estado de alarma entre el entusiástico palmoteo de las grandes televisoras –las del duopolio soráyico–, que azuzaban alegremente a la ciudadanía hacia el pánico mientras echaban cuentas sobre el incremento de audiencias que les iba a procurar el confinamiento general. Competían en ver quién daba la noticia más aterradora, quién auguraba el holocausto más apocalíptico o quién exigía la restricción más rigurosa.

Al cuarto día de encierro, se percataron de cuán dura sería la caída publicitaria y reclamaron ayudas económicas al Gobierno. Una leve corrección a la línea editorial, por tanto, que hace un cuarto de hora clamaba por dedicar TODOS los recursos a la noble batalla –las metáforas bélicas, en este ambiente general de cursilería repugnante, se hacen particularmente vomitivas– contra el coronavirus y que ahora pedía que fueran CASI todos… porque algunos habrá que desviar para que los comisarios políticos de La Secta y las cotorras sodomitas de Telajinco sigan cobrando sus fabulosas soldadas. Porque un tendero que deja de pagar su cuota de autónomo está llevándose una cama del hospital, claaaaaaro, pero el dinero que se llevan los premiosnóbel de “La isla de los mosquitos” y los directivos de la cadena que los contrata es imprescindible para el correcto funcionamiento de nuestras instituciones democráticas. Sí, sí, lo veo cristalino.


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