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Manía persecutoria: el síndrome del búnker

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
13/05/2020

Los actuales rectores del Betis, esquejes de una determinada manera de entender la política, aceleran estos días el empequeñecimiento que sufre toda sociedad (mal) gobernada bajo esa mentalidad en el instante en el que emprende su tránsito del populismo folklórico hacia el totalitarismo virulento. En una palabra, ese PSOE más decrépito que viejo que pastó en la Junta hasta las últimas elecciones autonómicas –“peronismo rociero” en su epílogo, según feliz hallazgo del periodista Carlos Mármol– tiene en el Benito Villamarín su último foco de resistencia, con el agravante de que un club de fútbol carece del andamiaje institucional que, con mayor o menor dificultad, sí permite la alternancia en política.

(Resulta pertinente aquí aclarar que este primer párrafo no se refiere al socialismo como particularidad ideológica, sino como accidente sociológico-geográfico. Con toda seguridad, los conservadores generaron un fenómeno idéntico en la prodigiosa Valencia de Rita y Paco, igual que los respectivos nacionalistas han mangoneado a las últimas tres generaciones envueltos en la ikurriña o la señera. El poder, allí donde se enquista, forzosamente se corrompe.)

La cuestión es que la última consejería del régimen cleptómano que saqueó minuciosamente Andalucía tiene su sede en el barrio de Heliópolis y sus mandarines, acorralados por un tictac inexorable, han entrado en la fase terminal: la bunkerización paranoica. Durante esta larga cuarentena, dos episodios han mostrado cómo los mandatarios del Betis padecen esa forma de insania que es la manía persecutoria, un falso complejo del asediado que nubla el entendimiento hasta percibir a la mayoría de la humanidad como enemiga o confundir en soplo del viento con el silbido de una bala disparada contra el propio entrecejo.

Alfonso Pérez Muñoz y Lorenzo Serra Ferrer son dos personas cargadas de defectos y debilidades; con toda seguridad, en idéntica proporción que cualquiera de sus congéneres. Pero se diferencian del resto de los hombres en una cosa: son dos de las pepitas más doradas de la historia del Betis. ¿Cómo de larga será la lista de los proscritos que maneja esta gente para que alcance incluso a Serra y a Alfonso? Luego, está la sempiterna caza de brujas desatada con cada información no racionada con el dispensador (justa y legítimamente) sesgado de la fuente oficial. Los tres, tal vez cuatro, “no negativos” en la primera batería de test del Covid-19 no socavan el buen nombre del club, al contrario que ese pueril afán por esparcir a toda prisa un desmentido fake y las esperpénticas intentonas por sostener la mentira que hubo de conjurar la inspección enviada por la LFP. Juanmi, Pedraza y Joel Robles rebosan salud y se incorporarán enseguida a los entrenamientos mientras que los grabadores de programas, los escudriñadores de artículos y toda esa infecta caterva de chivatos que rodea a Don Haruel y a Catalanza lo que rebosa es estupidez.


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