El hombre de las respuestas interminables
La tregua
Lucas Haurie 18/06/2020 |
Antes de ser conocido como el hermano del director de Miguel Indurain, cuyo lustro de triunfos en el Tour coincidió con su estancia en el Sevilla, Juan Carlos Unzué Labiano había alcanzado cierta notoriedad en la selección nacional juvenil que fue subcampeona del mundo (perdió 1-0 contra Brasil en la final) en la Unión Soviética, 1985, donde ganó el Balón de Bronce y coincidió con dos jugadores con los que se reencontraría en Nervión, Rafa Paz y Sebastián ‘Pipiolo’ Losada, Bota de Oro del torneo. Johann Cruyff lo reclamó para sus primeros proyectos en el Barça, pero lo pasaportó en una rocambolesca operación con Nando que habría de costarle muchos disgustos judiciales al presidente Luis Cuervas y a su abogado de cabecera, José María del Nido. De repente, la prehistoria.
Unzué se convirtió en un icono en el Sevilla, de cuya portería desbancó al legendario Rinat Dassaev. Fue el arquero al que se encomendaron los magníficos entrenadores que se sentaron en el banquillo blanquirrojo en aquellos años: Vicente Cantatore, Víctor Espárrago, Luis Aragonés y, sobre todo, el gran Carlos Salvador Bilardo, que traía bajo el brazo nada menos que a Maradona. No reseñarán los anales grandes logros de aquella década transitada por la mediocridad y coronada por dos descensos, pero ni un millón de finales cubiertas valdrían las emociones de esos mediodías cualesquiera en la ciudad deportiva, cuando las prolijas peroratas del navarro a la sombra de la parra, y compartiendo el agua del búcaro que dejaban allí los guardeses, le salvaban la página diaria al más torpe de los plumillas. Definitivamente, aquellos eran tiempos mejores… tal vez sólo porque fueron los de nuestra juventud.
El brutal diagnóstico de ELA que ha conmocionado al mundo del fútbol ha devuelto a Juan Carlos Unzué a la actualidad sevillana que abandonó el primero de junio de 1997 en Oviedo, cuando un gol de Maqueda certificó el descenso del Sevilla. Ese día, como en otros 256, era él quien defendía la portería; casi siempre respaldado desde la suplencia por Monchi, que tantas veces se paró en el emparrado a escuchar disimuladamente las largas respuestas que su compañero le endilgaba al periodismo. La pequeña historia no estaría completa si se omitiese un dato clave para comprender la acelerada incorporación de la mujer al fútbol de élite: la primera peña femenina de la que se tuvo noticia por estos pagos llevaba el nombre de Unzué. Ahí queda eso y el que pueda, que empate. Indurain, el pupilo predilecto de su hermano Eusebio, resumía en tres palabras la fórmula para coronarse en los Campos Elíseos: “Fuerza, suerte y salud”. Le sobra de lo primero para provocar lo segundo y darle la vuelta a lo tercero. Ánimo.
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