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La rana (adolescente) y el escorpión (rodeado de pelotas)

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
03/07/2020

Atribuida sin acuerdo entre los estudiosos ora a Esopo ora a la tradición oral africana, la fábula de la rana y escorpión resume el incidente que Ángel Haro, en adelante Don Haruel, protagonizó el miércoles en las puertas del Benito Villamarín. Ya saben: el batracio que ayuda al alacrán a cruzar el río y se produce la letal picadura en medio de la travesía, muriendo ambos. “Lo siento. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza”, intenta en vano disculparse el asesino mientras los dos se hunden.

Algún asesor de Don Haruel, que elige a sus aconsejadores de entre una caterva infumable de pelotas e ineptos, le susurró lo buena idea que sería iluminar con unos segundos de su luz a los tenebrosos protestones que, ¡incautos!, creyeron que el “Betis de los béticos” no era una patraña para cambiar al amo del cortijo, valgan en toda su connotación los términos “amo” y “cortijo”. Una palabra (amable) habría bastado para atenuar el descontento pero ahí, ay, resplandeció la naturaleza del escorpión: el amo del cortijo no puede, en las formas, ser más que cortijero; Don Haruel, en el fondo o apenas se rasca la superficie, se defiende con enfermiza soberbia de los dolorosos complejos que debe padecer.

Un chaval de 16 años (¡¡¡un chaval de 16 años!!!) le quebró la realidad paralela que habita, ésa en la que el cien por cien de los béticos que no se llaman Ángel ni se apellidan Haro llevarían al club a la desaparición ipso facto; ese universo en el que nadie como él se ha adaptado al salto tecnológico del siglo XXI; ese mundo donde apenas un par de estrellas de la NBA encestan con el donaire que él mostraba en las canchas provinciales en sus años mozos; esta sociedad exitista, sobre todo, donde sólo los magnates del IBEX 35 le discuten, y en franca desventaja, el mayor grosor de la cartera. Un adolescente, digo, cuestionó la afinación de la música celestial que la corte pancista de Don Haruel descarga permanentemente en sus oídos, dulce acúfeno que también imagina en su duermevela durante los partidos, y el presidente explotó como sólo explotan… los niños mimados. Éste es el nivel.


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