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Odiando permanentemente la derrota

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
25/09/2020

Le estaban haciendo pasar un mal rato a Donald Trump en uno de esos shows televisivos estadounidenses en los que de la libertad de expresión se transita hacia el bendito gamberreo, cuando no directamente al anarquismo, y aguantaba el presidente mal que bien. “¿Le estoy molestando?”, inquirió el chistoso y negó el político con la impudicia mentirosa de los de su gremio, queriendo disfrazar su enfado de deportividad. “Pues dígaselo a su cara…”, zanjó el otro ante la expresión marmórea del dignatario.

La cara de Joan Jordán sobre el césped del Ferenc Puskas Arena, nada más recoger su medalla de subcampeón, desmentía sus palabras. “Estoy orgulloso de pertenecer a este equipazo”, aseguraba el catalán con el rictus de frustración aún pintado. Porque el deportista de élite, sí, se construye sobre un odio cerval, minucioso e incorruptible de la derrota y no hay consuelo cuando es el adversario, por poderoso que éste sea, el que levanta la copa mientras uno rumia las ocasiones perdidas y se apresta a pasar una noche en blanco. El ganador, cuando pierde, siente que se está bañando en un barril de excrementos y ni siquiera el legítimo orgullo por haber plantado cara al apabullante Bayern disimula el hedor. Esta rabia de hoy debe ser la gasolina de mañana.

La está cogiendo el gusto a estos retos superlativos el Sevilla de Lopetegui, a quien armará Monchi en los próximos diez días con un plantel un pelín mejor que el que puso en liza a orillas del Danubio. Faltan elementos, varios, que proporcionen una densidad física imprescindible para competir consistentemente miércoles y sábado durante los ocho meses que dura este curso comprimido y algún recambio solvente para el triángulo Diego Carlos-Koundé-Fernando, que es la piedra angular del equipo. Por no hablar de la soledad de Navas en su puesto, de las dudas que, periclitados los milagros agosteños de Bono, persisten en la portería, de la incógnita del gol que sólo despejan de forma episódica De Jong y En-Nesyri o de la mala impresión que dejó el segundo debut del retornado Rakitic.

Son muchas cosas, sí, para un grupo que acaba de inyectar el pánico en los ojos de un coloso (busquen en el vídeo la expresión de genuina angustia del gran Manuel Neuer nada más salvar a su equipo en el minuto 88), pero no admitirlas sería síntoma de conformismo. Que es, o habría de ser, antónimo de exigencia.


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