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Miedo, orgullo e interés

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
09/10/2020

Algún sevillista tan lúcido como ahíto de retranca hispalense, lo que en esta ciudad sobra a falta de espíritu industrioso, observó con detenimiento a los firmantes de ese acuerdo de gobernabilidad del club que Del Nido Benavente ha hecho saltar por los aires antes de sentenciar: “Es el pacto de los tiesos”. Para subrayar esta impresión, Gabriel Ramos se desmarcó elegantemente de la alianza en la vista judicial del miércoles porque representa en el consejo de administración a Rafael Carrión, el único actor de la trama que, sin las ganancias del fútbol, tendría un pasar muuuuuuuy acomodado por este valle de lágrimas. Y al final, claro, la solución de la querella vendrá por fuerza forrada de billetes.

Tiene mal arreglo un asunto en el que se concitan los tres factores esenciales que los historiadores clásicos enumeraban para el estallido de un conflicto. La clase dirigente lleva lustros empeñada en que sus vástagos se hagan con un diploma de “business management” sin otro respaldo que la jerigonza de unos bárbaros (“free float”, “overdraft”, “cash flow”, “balance sheet” y en ese plan) mientras ignoran las sencillas lecciones encerradas en Tucídides y su Guerra del Peloponeso, una obra breve a medias entre la crónica y el ensayo autobiográfico que se lee como una novela. Cualquier choque entre potencias está movido por el miedo, el orgullo –él dice “honor”– y el interés. La conjunción de estas tres fuerzas aboca a una guerra que no terminará sino con la destrucción de una de las polis: Atenas a los pies de Esparta, en este caso, en lo que también se considera el primer conflicto civil (todos hijos de Hélade como ahora son sevillistas todos los contendientes) de la Historia.

Como cuestión previa, conviene aclarar también que el análisis de las motivaciones de los bandos no significa posicionarse en el confort de la equidistancia. Aunque la una cargaba sus defectos –excesiva influencia de los demagogos o aduladores de la masa– y la otra arrastraba algunas virtudes –un encomiable espíritu combatiente–, uno no puede dejar de simpatizar con la democracia ateniense, la perdedora, antes que con la recia tiranía espartana. Del mismo modo, y aunque “el supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar” (Sun Tzu), resulta inevitable consignar que aquí habrá conflagración y que, con el Sevilla y sus aficionados como víctimas colaterales, terminará imponiéndose el razonable continuismo de Castro y Del Nido Carrasco sobre la locura disruptiva de Del Nido Benavente y sus jefes de Delaware. Es el anhelo y el más que probable desenlace. Sólo nos quedaría, así, desmentir a Friedrich Nietzsche, cuando con tino dejó escrito que “la guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”. El dirigente utrerano es hombre de bien y sabrá mantenerse alejado de tentaciones sañudas.

Miedo y orgullo, o sea, barnizan casi por igual la actitud de las dos banderías que pugnan por mandar en el Sevilla, si bien debe considerarse como intachable las ganas de seguir de los que están y como espuria la ambición de los que quieren estar. Pero, una vez metidos en harina, el miedo de Castro a ser eyectado del poder y el de Del Nido Benavente a la irrelevancia son idénticos, como igual es el sentimiento de honra mancillada que padecen el presidente al que se niega cualquier mérito en los enormes éxitos que ha cosechado y el expresidente estupefacto, en su inmarcesible soberbia, porque éstos han seguido llegando sin su brillante liderazgo.

“La solución de la querella vendrá por fuerza forrada de billetes”, se ha afirmado en el remate del primer párrafo porque resulta perentorio retirar de la escena el ítem interés que completa el terceto de destrucción mutua garantizada, como se decía durante la Guerra Fría. Pero, claro, debemos seguir teniendo presente que el acuerdo sobre el que se equilibra feblemente la paz societaria es ese “pacto de los tiesos” que hace del Sevilla Fútbol Club el asidero de los firmantes –Carrión hizo mutis, recuérdese– a una vida desahogada. Ganará quien asfixie financieramente al oponente, sí, pero el triunfo sólo será el preludio de la paz si el vencido mitiga el dolor su ego supurante (orgullo) y de su ostracismo (miedo) con la visión de su cuenta corriente hipertrofiada. A Lopera lo sacaron del Betis con quince millones para él y cinco para Oliver, su cooperador necesario. Son cantidades aproximadas, aunque es probable que Del Nido Benavente y los americanos se conformen con bastante menos.


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