muchodeporte.com : Lucas Haurie

Todos frustrados, todos aliviados y nadie contento

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
03/01/2021

Al coronavirus SARS-CoV-2, causante de la pandemia de Covid-19 o Neumonía de Wuhan, lo une un hilo invisible con la rivalidad hispalense, ese “Gran Derbi” que ha rebautizado la LFP en su afán de expansión comercial y que abrió futbolísticamente en el Benito Villamarín el esperado año 2021. El 11 de junio pasado fue un Sevilla-Betis el partido elegido para reinaugurar el campeonato interrumpido mediado marzo y esta devolución de visita corrió el riesgo de convertirse en el primer partido de Primera aplazado por un brote de la dichosa enfermedad en el vestuario de un club de Primera. No hubo tal, sino un empate que distribuye en las dos orillas los puntos con idéntica equidad con que reparte el alivio y la frustración.

Un puntito para cada uno y todos contentos. ¿Todos? Más bien nadie. El primer derbi sevillano de 2021 terminó con ese resultado que cualquiera firma antes del partido de todas las jindamas pero que, en el fondo, nadie aprecia por constituir la pérdida de una oportunidad de sellar la superioridad vecinal. Antes del duelo, un Betis depresivo y plagado de bajas habría aceptado de buen grado las tablas; al final, un Sevilla cobardón e impotente se satisfacía por el punto sumado. Las vísperas fueron sevillistas pero el partido fue bético… y la victoria para ninguno de los dos. Ya pasó el derbi, pues, para tranquilidad de los miedosos y rabia de quienes gustan de machacar al denominado eterno rival.

Es curioso, porque no hubo triunfo pero sí un triunfador (Pellegrini) ni existió derrota pero sí un derrotado (Lopetegui). Zarandeado por una semana previa infernal, con goleada en Valencia y contagios dizque culposos en su plantel, el entrenador chileno goleó al virus, a ese Birivirus que parece que sólo perjudica al Betis, a tenor del discurso permanentemente plañidero de sus dirigentes. Unos días como los que se vivieron en ese vestuario pueden constituir una magnífica excusa para enarbolar bandera blanca o un acicate para hurgar en el amor propio de la tropa, en busca de esos restos de fútbol y orgullo que hasta el profesional más acomodado guarda en su interior. ¡Bingo! No ganó por mala suerte, o por la mala puntería de Fekir, pero el camino ya está trazado. A seguir, que el retraso acumulado es bastante.

En el otro barrio, el cuerpo técnico tiene mucho que reprocharse por las deficientes elecciones, por esa endémica prudencia extrema que a menudo se disfraza de mera cobardía y por el autocomplaciente conformismo con que se recibió un punto sumado por más por fortuna que por pericia (mano de Bono y pie de Suso aparte). La dirección deportiva, siempre hábil en la aproximación al derbi, también falló: su labor de mentalización se redujo esta vez a un tuit de cara a la galería y el equipo compareció en escenario tan compometido con arrogancia, como preguntándose quiénes eran esos insolentes muchachos que osaban meterles la pierna con dureza y tan consciente de su grandeza, que los futbolistas parecían extrañados (e incluso un pelín desquiciados) por no hallar en el arbitraje el aliado que a menudo encuentra el pez mayor en su lid contra el pequeño.

El cuarteto arbitral estuvo impecable, por más dudas que generasen los dos penaltis: fue el primero una acción interpretable que Del Cerro Grande cumplió con su obligación de interpretar y el segundo, una clara falta que el colegiado no vio y rectificó enseguida a instancias de su asistente videográfico. Bendita e infrecuente honestidad de Loren en su entrevista post-partido, por cierto. La de polémicas que nos ahorraríamos si hubiese muchos futbolistas como él.


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