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Defensa al Mudo de un no-Mudista declarado

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
07/01/2021

Franco Damián Vázquez Bianconi, cordobés de Tanti e internacional absoluto con Italia y Argentina –como los legendarios Luis Monti, Mumo Orsi y Enrique Guaita–, se acerca a los doscientos partidos oficiales con la camiseta del Sevilla, para el que lleva anotados veinticinco goles en todas las competiciones y con el que ganó la Liga Europa en Colonia (saltó al césped para asegurar el marcador en los cuatro encuentros de la fase final). Desde el punto de vista numérico, las cinco temporadas que pasará en el club –termina contrato en junio sin visos de renovación– son muy honorables, aunque es verdad que ha dado mucho menos de lo que cacareaban sus fans, quienes pregonaban a su llegada un talento simpar cuando lo que se ha percibido la mayor parte del tiempo es irregularidad con unas gotitas de desidia.

El ‘Mudo’ no es tal, sino que hace gala de una educación exquisita que lo lleva a hablar poco y en voz baja, rara avis en el vocinglero mundillo del fútbol. Como futbolista, escrita ha quedado la opinión del firmante con frecuencia, nos parece muy sobrevalorado, exasperantemente lento y demasiado identificado con ese fracaso que fue el “cambio de paradigma” que quiso imponer Jorge Sampaoli en el Sevilla, donde pretendía someter a los rivales al ritmo geriátrico de Vázquez y Ganso, pachorra que propició un derrumbe en toda regla a la vuelta de la Navidad, agotada la arrolladora inercia de los guerreros de Unai que sostenían al equipo (Vitolo, Nzonzi, Rami, Iborra, Sergio Rico…). Cuestión de gustos, o sea, pero se expone para resaltar que la crítica a su desempeño no debe (¡no puede!) estar reñida con el aprecio al personaje.

En Linarejos, donde Lopetegui volvió a emplear al Mudo Vázquez de narcótico para los minutos finales, el futbolista ítalo-argentino rehusó ceñirse el brazalete de capitán que le tendió Sergi Gómez y uno no entiende a qué viene tanto jaleo, que hasta ha tenido el interesado que emitir una nota de disculpa. No es frecuente ni figura en ninguna etiqueta que la capitanía, que es honor apenas simbólico, cambie durante el encuentro a no ser que sea suplido precisamente quien la ostenta. El defensa catalán –otro que aúna un rendimiento malo con un comportamiento intachable– quiso tener un detalle con su compañero, al que sabe en gira de despedida, y éste declinó la amabilidad. ¿Quién ve un problema ahí? Pues el alto porcentaje de ofendiditos ociosos, valga la redundancia, que envenena la convivencia en España con cualquier excusa: por ejemplo, por cometer la guarrada de dejar un vestuario sin recoger. Que es una guarrada, vale, pero –cantemos con el gran Selu Cossío– tampoco es pa’ ponerse ajín.


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