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La Copa para el que se la trabaja

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
17/01/2021

El Athletic Club, entidad por tantas cosas admirables y menos por algunas otras, tiene dos finales pendientes en La Cartuja –se escriben estas líneas en la mañana del domingo– que se empezaron a gestar en noches de sonrojo en las que flirteó peligrosamente con la catástrofe. Hace justo un año y con seis días de diferencia, 22 y 28 de enero, alcanzó los cuartos de final de la Copa del Rey al superar a dos equipos de Segunda en sendas tandas de penaltis tras partidos de auténtica broma. Gaizka Garitano plagó su alineación de reservistas en Elche y Tenerife, donde se irguieron como héroes inopinados el portero suplente y el guardameta del filial, Herrerín y Ezkieta. La filosofía cristiana nos enseña que el camino hacia la gloria –la vía de perfección– está empedrado de pruebas con las que el Señor nos desafía. Está bien, pero en el deporte conviene añadirle a veces una alfombra de casualidades.

Se mascaba desde la antevíspera, en el Sevilla, cierto desprecio por la Copa, sospecha que quedó confirmada con el once inicial que Julen Lopetegui confeccionó para medirse al Leganés (de algunas alineaciones, como de los exámenes de los alumnos zoquetes, cabría decir que se “perpetran”). La timidez del rival y la deslocalización del partido, sin Butarque congelado no había excusa posible, empujaron al entrenador vasco a forzar sus cambios para superar un dieciseisavo que, en inexplicable mentecatería, más parecía una molestia que el necesario primer paso –tercero, si se quiere– hacia el único título que los sevillistas pueden ganar esta temporada. El sorteo será, como todos, caprichoso y puede dejar un bizcocho (¿en casa contra el carro del pescado del Levante o en el campo de un Segunda B que dé la campanada?) como feble barrera hacia los cuartos, a tres partidos de una final. Más lejana se le antojaba la cosa al Athletic hace un año y mira… No sería aconsejable, o sea, que Lopetegui volviese a juntar a ocho suplentes.

A pocas horas de jugársela en El Molinón, el Betis emite señales inquietantes, que en su caso lo son más que en el del vecino por dos motivos: tiene menos margen para especular contra rivales de cierta cualificación, y el Sporting lo es tanto como el Leganés, y carece su temporada de alicientes mayores que la Copa como la lid por el cuarto puesto o un octavo de Champions en el horizonte –aunque resulte harto discutible considerar la final copera como un objetivo menor–. En los planes de Pellegrini, que no tiene a sus órdenes lo que se dice un batallón legionario, ha cobrado suma importancia Guido Rodríguez, cuyo rendimiento no alcanza la cumbre de excelencia que cantan los vates del “harismo” pero que luce mejor de lo que suponíamos quienes lo vimos con horror tras el confinamiento. El argentino se ha quedado en Sevilla sin otro recambio posible que Paul Akoukou (en fin…) y el atrevimiento se trocaría definitivamente en temeridad si Canales se quedase, como parece que así será, en el banquillo. Bueno, habrá que pasar como sea: como, por ejemplo, en aquella tanda de penaltis del Francisco Bono de Alcalá de Guadaíra que preludió el título de 2005.


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