El 17 de noviembre, en el silente mausoleo cartujano, España le endosó una humillante goleada (6-0) a Alemania con y sin Sergio Canales. El futbolista cántabro del Betis, en estado de gracia, era alineado como titular por Luis Enrique pero no duraba ni diez minutos sobre el campo: en el 8, y nueve antes de que Morata abriese el marcador, se iba con una pedrada en la parte superior del muslo y lo suplía el exbético Fabián, otro zurdo de seda. La “lesión grado III con afectación del tendón en la musculatura isquiotibial izquierda” auguraba más de tres meses de baja y riesgo de quirófano. Se habían abierto como una cremallera las fibras del cántabro y se abría también el suelo bajo los pies de Pellegrini, consciente de lo fútil era su proyecto mientras faltase la estrella.
Durante seis semanas, se cumplieron los peores presagios en el campo pero se rompieron todos los plazos en la enfermería. Cuanto más añoraba el Betis a su estrella, más trabajaba Canales para acortar su convalecencia, sabedor –como cualquiera que tenga ojos en la cara– de cuán huérfanos que estaban sin él sus compañeros. Sin Sergio, Guido no es agresivo ni Fekir parece campeón del mundo ni chicos como Ruibal o Lainez se atreven a encarar a los contrarios ni aprietan los centrales para estar a la altura de su capitán. Y mientras Loren y sus dos competidores sigan sin ver puerta, ahí está él para enloquecer la estadística goleadora con más celebraciones que comparecencias desde que reapareció. Más que un futbolista, es el santo patrón milagrero del Betis.
Con Sergio Canales tocado por el soplo, cobran sentido las aspiraciones europeas del Betis y refulgen los ojos inyectados de ambición ante la Copa, en la que el santanderino se anuncia como ejecutor seguro de los rivales más pequeños y amenaza cierta de los (otros) aspirantes al título. Desde los tiempos de Cardeñosa y Gordillo, este cronista ha visto pasar futbolistas prodigiosos por el Benito Villamarín sin que ninguno encarnase por sí solo tantas esperanzas: toda la ilusión del bético reposa sobre los hombros de Canales o, mejor, sobre sus dos rodillas operadas, recordatorio cicatrizado de que sólo un gran esfuerzo conduce a la cumbre. El equipo de Pellegrini sigue mostrando defectos incompatibles con el éxito, de acuerdo, pero es posible crecer desde el resultado y si a Fekir le da por unirse a la fiesta… Se está entonando el lionés, se está entonando.
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