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Ni Doctor Blandi Ni Mister Beckenbauer

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
18/05/2021

De toda la fauna que ha pasado por Heliópolis durante la Ominosa Década del Entorno, desde la eyección de Ruiz de Lopera, probablemente se cuente a Miguel Torrecilla entre los personajes más estrambóticos. Entró bajo palio en el Benito Villamarín, mecido por las rendidas loas de los sobrecogedores, para sentar en el banquillo a un técnico con un claro déficit de autodominio, Gustavo Poyet, y suplirlo por el elegante Víctor Sánchez del Amo, alias Mapadecalor. ¡Dos luminarias! El elenco de fichajes es asombroso: Sanabria, Felipe Gutiérrez, Jonas Martin, Brasanac, Tosca, Zozulya, Herrera, Donk, Nahuel y Rubén Pardo. Tremendo. Acaso se salva en el listado siniestro el lateral Riza Durmisi, revendido sin mucho daño para las arcas, y un chico llamado Aïsa Mandi que se despide esta semana tras un quinquenio de honestos servicios a la causa.

Mandi ha jugado 173 partidos con la camiseta del Betis, un promedio de casi 35 por temporada, en los que ha lidiado a menudo con compañeros que eran más bien quintacolumnistas. Todos los entrenadores que lo han dirigido lo han tenido en alta consideración y su marcha al Villarreal, un club con ojo clínico para los fichajes, certifica que hasta Torrecilla es capaz de acertar. El lustro del internacional argelino en el Betis, sin embargo, bien pudiera constituir el epítome de los muchos problemas sociales que zarandean al club: rara vez ha sido juzgado –ni quienes lo hemos motejado Blandi, con razón en ocasiones, ni quienes anunciaban traspasos multimillonarios y fantasmagóricos a clubes de campanillas– estrictamente por su rendimiento, sino que ha influido de forma decisiva su adscripción a una determinada bandería. Uno tiene una opinión muy firme sobre quién ha propiciado esta irrespirable polarización, aunque podría estar equivocado. Lo que resulta indiscutible es que el perdedor de todas estas guerritas (¿A quién quieres más, a Serra o a Setién?) se llama, o se llamaba, Real Betis Balompié.

El final de la etapa de Mandi en el Betis ejemplifica otra ley universal: sólo unos pocos están preparados para el complicado ejercicio de la autoridad. Inquieto por su vinculación a un rival directísimo como el Villarreal, Manuel Pellegrini lo limpió en el tramo final en una decisión controvertida… para cualquiera que no posea el aura del chileno, que lo hizo seguramente más para preservar el buen nombre de su pupilo, por si acaso cometía un error, que por sospechas sobre su honradez. ¿Se imaginan a un Rubi sentando a su mejor central y perdiendo dos puntos, como ocurrió en Eibar, por un marcaje aproximativo de su sustituto? ¡Explosión del vestuario, motín asegurado! Un Ingeniero se sienta en el banquillo bético, sí, pero de almas, que ha logrado incluso una unanimidad rara en la historia reciente de la entidad: tirios y troyanos le reconocen el mérito de la gran temporada que está a punto de rubricar. Porque Serra y Setién fueron dos técnicos capacísimos… y también demasiado empeñados en preguntar a cuantos se cruzaban con ellos eso de “¿a quién quieres más?” Y muy poca gente, oye, les daba la respuesta correcta: “Al Betis”.


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