El derbi de San Crispín
La tregua
Lucas Haurie 23/05/2021 |
Las “miniaturas históricas” que Stefan Zweig narra con estilo delicioso en “Momentos estelares de la Humanidad”, probablemente su libro más reeditado, componen una colección abigarrada de momentos decisivos, instantes de inspiración u ofuscamiento en los que un solo hombre modeló la Historia para siempre. Retrata el escritor vienés con magistral tenebrismo la atmósfera en Santa Sofía cuando se celebró allí la última misa, aquella tarde de 1453 víspera de la conquista de Bizancio por los sarracenos. Aquel “ponerse serenamente en manos de Dios” de Constantino XI Paleólogo es tentación que se presenta a menudo a quien siente que, tras ardua lucha, las fuerzas lo han abandonado.
La moral de combate no debía ser mucho mayor entre los béticos en la pasada Nochevieja, a menos de dos días del derbi que abría el año futbolístico. Con la vista puesta en la cola y ante un Sevilla que marchaba al paso de la oca, el brote de covid-19 en el vestuario suponía la excusa ideal para la defección. “Soldado que huye sirve para otra batalla”, dicen los militares más pragmáticos con elogiable carencia de épica. El Estado Mayor verdiblanco intentó un aplazamiento negado por Javier Tebas y el ambiente en la concentración del equipo aquel 1 de enero habría merecido el retrato de un Zweig porque, sí, jamás como esta temporada tuvo más sentido el dicho “año nuevo, vida nueva”.
¿Qué pasó para que un equipo muerto y con una decena de bajas virase esa tarde desde el acantilado del descenso hasta la playa europea? Pasó, concretamente, que el entrenador supo encontrar las palabras adecuadas para propiciar el volantazo. Es inevitable imaginar a Pellegrini transfigurado en Enrique V delante de Víctor Ruiz, de Miranda, de Ruibal, de Lainez, de los chicos del filial a los que tuvo que recurrir para completar la convocatoria... arengándolos para que no añorasen a los ausentes: “No quisiera exponerme a perder tan gran honor pensando que había de haber un hombre más para compartirlo conmigo. Aunque fuera a cambio del mejor resultado ¡Oh! ¡No pidas ni un hombre más!” Y a medida que se acercaba la hora del partido, aún estaba dispuesto a prescindir de más gente: “El que no tenga estómago para esta lucha, tiene permiso para retirarse. Le daremos su pasaporte y dinero para que regrese. No nos gustaría morir en compañía de alguien que no hubiese querido morir como compañero nuestro”.
El camino continental del Betis tuvo su particular día de San Crispín en el derbi del 2 de enero, cuando esos “pocos y felices, banda de hermanos” se conjuraron para morir de pie contra un enemigo muy superior en medios. A partir de ahí, con grandilocuencia shakesperiana o con parquedad andina, Manuel Pellegrini fue sumando efectivos hasta no dejar ni un solo recurso por exprimir, desde la resurrección de Borja Iglesias hasta los chispazos del cuarentón Joaquín… y con el mérito añadido de que Fekir y Canales, sus dos futbolistas más diferenciales, apenas si mostraron su clase en los dos últimos meses de competición. Pero a ellos también les comió el coco su entrenador porque, aun marchando a tres cilindros, los mantuvo máximamente implicados hasta el pitido final en Balaidos.
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