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El porqué de las cosas

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
08/11/2021

Después de tantos perder el tiempo entre derbis y tertulias en bares, es obligatoria la conclusión de que la gran brecha histórica que se ha generado –ahondado hasta lo abisal–, de tres lustros a esta parte, entre Sevilla y Betis obedece en última instancia a una sola razón que tiene que ver con el alma colectiva, esos matices idiosincráticos que distinguen entre sí a los hermanos, pues no otra cosa son los sevillistas y los béticos: hijos todos de la vieja Híspalis. El día después del 7N, cuando ni el talento combinado de Pellegrini y Fekir pudo darle la vuelta a la historia, ejemplifica cuanto decimos.

¿De qué hablan los sevillistas tras el triunfo? Básicamente, de la ramplonería de su delantero centro, Rafa Mir, miope ante la portería bética a pesar de la formidable producción ofensiva de su equipo, medio centenar de cuyos ataques terminaron con centros ventajosos. El ariete cartagenero protagonizó la jugada clave del partido, pues fue a él a quien zancadilleó el rival expulsado, y ni siquiera así halla el menos atisbo de indulgencia entre sus propios seguidores, contentos por una victoria que fue el extintor que apagó las llamas de la pira que ya ardía para echar en ella a Mir en caso de que el resultado hubiese sido otro. La próxima vez que juegue en Nervión, como se tuerza la tarde, será cubierto de improperios.

¿A quién culpan los béticos de la derrota? Tienen donde elegir, desde luego, pero los ojos han de girarse por fuerza hacia Guido Rodríguez, alocado y sin sitio hasta cometer el rosario de faltas que lo llevó al vestuario prematuramente. Con él, se marcharon las escasas opciones de puntuar que tenía su equipo pero profesionales e hinchas verdiblancos retuercen las frases y el espíritu del reglamento para justificar lo que no tenía justificación alguna. Una barrabasada de semejante dimensión en un partido de esa importancia merecería un cuestionamiento serio. A cambio, ya lo verán, se avecina ovación en el próximo partido en casa en cuanto despeje fuera de banda para cortar el arranque de un lateral de la Ponferradina.

Esta diferente aproximación a los propios determina el carácter de los dirigentes, que en un lado saben que el palco se asemejará a un potro de tortura si el equipo no pita mientras que en el otro se lo pasan pipa aunque los resultados jamás cubran las mínimas expectativas. Si alguien cumpliese en el Benito Villamarín un tercio de los logros que acredita Pepe Castro, se habría hecho más que nombrarlo presidente perpetuo y erigirle un busto: estaría en causa de beatificación. Si, por el contrario, algún sufriente de la astronómica adición de soberbia e inepcia que ha mostrado Ángel Haro tuviese apetencias de poder en Nervión, llegaría como mucho a vicesecretario de la peña de su pueblo. Voilà la différence.


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