Cabildo

El Santo Entierro Grande, entonces y ahora

José María Pinilla
José María Pinilla
12/10/2022

La próxima Semana Santa tiene a día de hoy (veremos si no compite con otras novedades significativas) un aliciente fundamental, ya que se ha confirmado que disfrutaremos de una Procesión General del Santo Entierro que muestre, de forma cronológica, la Pasión de Jesús.

Siglos atrás, la celebración del entierro de Cristo formaba parte de una representación de mayor calado que incluía el calvario, el descendimiento y, por último, el sepelio. De todo aquello únicamente quedó la escena postrera, conservada por medio del cortejo penitencial con el Señor Yacente y la Virgen Dolorosa. Este heredó el aspecto teatral por medio de la participación de sibilas, ángeles o profetas. Reducida a su expresión actual –en un mal entendido afán de purismo durante el siglo XX–, la cofradía de la calle Alfonso XII rescata ese espíritu antiguo cada Santo Entierro Grande (coincido con Pedro Fernández, actual secretario y archivero de la hermandad, en que lo de Magno es un esnobismo prescindible). Estas procesiones son habituales en numerosas localidades, pero en Sevilla adquieren un carácter extraordinario, pues suceden tan solo esporádicamente.

Todo ello se origina en 1850 gracias al impulso decidido de los Duques de Montpensier, benefactores de las cofradías y adelantados en difundir el atractivo cultural de la ciudad como reclamo para unos visitantes que, en plena añoranza romántica del pasado perdido, aspiraban a vivir esa esencia en nuestra ciudad. Las primeras ediciones, hasta superado el cambio de siglo, no se hacían coincidir con efemérides algunas, sino que se organizaban sin más cuando había medios para ello. La tendencia actual arranca en 1948, precisamente para celebrar los siete siglos –esto sí es un aniversario como Dios manda– de la entrada triunfal del Santo Rey Fernando. Las sucesivas Procesiones Generales de 1965, 1992 y 2004 tuvieron también su excusa conmemorativa, por lo que, según parece, nos hemos creado la obligación de seguir esta inercia para justificar un acto tan clásico y tan destacado.

Así, el motivo esgrimido para este nuevo Santo Entierro Grande puede llamar cuanto menos al debate, ya que un DCCLXXV (775º para los no romanizados) aniversario de algo no parece una cifra redonda ni rotunda. Sin embargo, para mí queda que la verdadera razón subyacente es festejar al sevillano y cofradiero modo el regreso de la tan ansiada normalidad en el culto externo tras la funesta convivencia con el Covid-19.

Aclarado (o pretendido aclarar) el porqué de esta procesión, nos queda analizar su composición. Históricamente para este cortejo se ha llamado a la participación de escenas que hilen la narrativa evangélica de la Pasión. En algunas ocasiones, ciertas hermandades no llegaron a formar parte por distintos imponderables, como el plante de las cuadrillas de costaleros en el Prendimiento en 1920 y 1965; en otros casos, la ausencia obedecía a la parquedad de medios de las corporaciones. Sin embargo, en esta Semana Santa contemporánea presidida (¿tal vez obsesionada?) por la seguridad, los criterios que parecen imponerse son los de la facilidad de evacuación, las vías alternativas y demás santos mártires. Presuntamente bajo estas coordenadas se intuye que se ha desechado la inclusión del Cristo de la Salud de San Bernardo y del misterio de la Presentación al Pueblo. Nos esforzaremos en interpretar que así debe ser, aunque se nos hace un poco “chocante” que a cambio se den todo tipo de bendiciones al tránsito de seis pasos en escasos minutos por la calle San Pablo. No queremos entrar en charcos de denunciar favoritismos o dobles varas de medir, así que no ahondaremos en estas cuestiones, pero la sospecha de que se ha tirado por “valores seguros” con algún que otro tinte populista se resiste a no salir a flote. Sea como fuere, aprovechen para disfrutar de un acontecimiento que ha sido imposible de vivir para algunas generaciones que nos antecedieron. Larga vida al Santo Entierro Grande… que no Magno.