Cabildo

Muy mariana y muy concepcionista

José María Pinilla
José María Pinilla
06/12/2022

Bienvenido sea el día festivo, pero, ¿por qué se celebra?

Los primeros días de diciembre tienen un indudable encanto con sus luces navideñas –cada año más madrugadoras–, los puestos humeantes de castañas asadas, los belenes vivientes en los colegios de nuestros hijos o las colas para ver si el Gordo de Navidad se deja caer por un año. Sumen a esto el factor añadido de que se juntan dos festivos para permitir al que tenga la ocasión montarse algo tan español como es un puente (e incluso en años como este da para un acueducto si alguien puede). Si la mitad del mérito se lo debemos a nuestra Constitución, la otra mitad hay que agradecerla en parte a la ciudad de Sevilla. No es chauvinismo ni ombliguismo aunque lo parezca, ya verán. Podemos decir sin caer en la exageración que nuestra ciudad fue adelantada en cuestiones concepcionistas. Hasta fue por delante de la propia Roma y de los Papas. Veamos si esto es así o no (spoiler: sí lo es).

Empecemos recordando que la creencia en la Inmaculada Concepción defiende que la Virgen fue preservada del pecado original que desde Adán y Eva marca al género humano en su nacimiento. Esta idea, tan arraigada hoy en la Iglesia Universal y elevada a dogma de fe desde 1854, resultó particularmente controvertida durante siglos y, de manera específica, Sevilla fue uno de los escenarios en los que se debatió de forma más apasionada.

Partidarios y detractores

Resumamos la configuración de ambos bandos mediante un breve recorrido histórico. La postura inmaculista arranca ya en los primeros siglos del Cristianismo, pues parte de San Justino en el II y San Efrén en el IV. Avanzado el tiempo, ya en el siglo XII queda establecida su fiesta el 8 de diciembre, día nada casual, pues resulta ser nueve meses antes de la fiesta de la Natividad de la Virgen el 8 de septiembre, que se celebra desde el siglo VI. Sin embargo, no se alcanzó unanimidad acerca de esta cuestión y destacados pensadores eclesiásticos como San Bernardo de Claraval o más tarde Santo Tomás de Aquino mostraron su disconformidad. Roma titubeó en pronunciarse de forma tajante sobre el tema, pero se estableció como día de precepto. La orden franciscana asumió como suyo el principio concepcionista, mientras que la dominicana se posicionó en contra a partir del citado Santo Tomás y su doctrina sanctificatio in utero, que afirmaba que el pecado original estuvo al principio en María pero que fue absuelta de él antes de nacer. A la vista de nuestros tiempos estos matices pueden parecer insignificantes, pero en su momento se tomaban muy en serio y casi provocan un enfrentamiento violento en las calles.

Estábamos en que los dominicos abanderarán por siglos la tesis maculista, en su afán por ir hasta las últimas consecuencias con estas ideas, reforzados además por su estatus al frente del Santo Oficio. En la postura antagónica estaban principalmente los franciscanos y, desde el XVI, la poderosa orden de los jesuitas. El tercer agente fue el pueblo, que desde su profunda devoción anónima decantó la balanza a favor de la Concepción sin Mancha, en una actitud con los tintes románticos (permítanme el término aun estando en fechas tan tempranas) propios del enfrentamiento con el poder que la Inquisición suponía.

¿Qué pasó en Sevilla a principios del XVII?

Sentadas las premisas de esta historia, vayamos a un lugar y a un momento. Viajamos a la Sevilla del inicio del Seiscientos (el siglo XVII, no el utilitario de las películas de Alfredo Landa), una época en la que se defenderán estas posiciones enfrentadas con verdadera convicción. Nuestra ciudad –descrita entonces como la Nueva Roma– disfruta del monopolio que la Casa de Contratación concede a su puerto para las travesías hacia y desde las Américas, y es por ello foco principal de comercio y cultura. En ella, además, se concitan religiosos de todas las órdenes, tanto con intención de perdurabilidad como a modo de pasarela hacia las Indias. Por otro lado, impulsadas por la Contrarreforma con fines doctrinales y evangelizadores, proliferan las hermandades, ya fueran de carácter benefactor, gremial, pasionista, devocional o de disciplina.

En estas circunstancias, la mecha se enciende en una fecha alrededor de 1613. En ese año, numerosos cronistas aluden a un sermón poco respetuoso con la piadosa creencia que escandalizó a los oyentes contra el clérigo dominico responsable de unas imprudentes afirmaciones, en las que, mediante un nada brillante razonamiento, se dice que llegó a comparar el pecado original de la Virgen con el del mismísimo Martín Lutero. Poco tacto, sin duda. Aunque los testimonios no lo indican de modo expreso, se ha tenido por un miembro del convento de Regina Angelorum, que estaba ubicado en la calle llamada por ello aún hoy Regina, en el extremo norte de la plaza de la Encarnación. Ante el clamor levantado, su prior fray Domingo (buen nombre para un dominico) de Molina hubo de defenderlo en público. Frente a él, tomó el guante el canónigo de la catedral de Córdoba Álvaro Pizaño, que respondió de forma encendida. Los ánimos iban subiendo y el pueblo llano tomó partido. Así, hay jugosos textos que indican que, a la vista de cualquier fraile de Santo Domingo, la gente le espetaba las conocidas coplas “Todo el mundo en general / a voces, Reina Escogida, / diga que sois concebida / sin pecado original” escritas por Miguel Cid. Incluso se difundió una versión con sorna que provocaba abiertamente al propio Molina y los religiosos de Regina Angelorum: "Aunque le pese a Molina / y a los padres de Regina, / al prior y al provincial, / y el padre de los anteojos / sacados tenga los ojos / y él colgado de un peral, / fue María concebida / sin pecado original". Algunos no se conformaban con esto sino que pasaban a la acción arrojando naranjas y hasta piedras a los frailes. Cómo no estaría el patio que incluso los padres trinitarios mutaron su hábito para no ser tomados por dominicos.

De cualquier modo, la orden de los predicadores no cedió en sus postulados, hasta el punto de que fray Domingo de Molina acude a pedir auxilio a la Corte, donde departe con el Duque de Lerma, valido de Felipe III. Igual camino toman al poco los defensores de la causa concepcionista Bernardo de Toro y Mateo Vázquez de Leca, emisarios del arzobispo D. Pedro de Castro, que son recibidos en audiencia por el propio rey en Valladolid, al que presentan evidencias contrarias al citado Molina. Alarmado por el cariz de los acontecimientos, el soberano llegó a temer una contienda abierta en las calles sevillanas y terminó enviando una delegación a la Santa Sede. No se consigue la declaración del dogma, pero sí el decreto papal Sanctissimus Dominus Noster de Paulo V prohibiendo afirmar de manera pública en cualquier contexto que la Santísima Virgen fue concebida en pecado original. Gol del pueblo a los maculistas.

Las hermandades y sus decisiones

Ante este panorama, se multiplican los actos de culto interno y externo promovidos por las hermandades en defensa de la Pura y Limpia Concepción de María en toda Sevilla y su provincia. Por ejemplo, en el citado convento de Regina residía una que daba culto precisamente a la Virgen bajo esta advocación y que, como parece obvio, no estaba en el entorno más propicio. Esta cofradía, llamada de la Concepción de Regina, organizó una procesión en 1616 por el deseo de sus cofrades de trasladarse al convento Casa Grande de los franciscanos, en la actual Plaza Nueva. Sin embargo, la comunidad dominica reclamó la propiedad de la bendita talla y el pleito termina recayendo en el Nuncio Papal, que adopta una decisión salomónica mientras resuelve el litigio: los cofrades pueden sacar a la Virgen para celebrar sus cultos siempre que después regresen a su actual sede de Regina Angelorum. Por ello, la corporación decidió hacer una procesión a San Francisco, y el asunto levantó tal expectación que resultan innumerables las descripciones del esplendor de la misma, la nutrida participación y el adorno de las calles por las que habría de discurrir. Así, el domingo 18 de septiembre a las cuatro de la tarde se toma rumbo a la sede franciscana por las calles Almona (hoy flanco oeste de la plaza de la Encarnación), Casa Profesa Jesuita (iglesia de la Anunciación), calle Dados (Puente y Pellón), Lineros, plaza de la Fruta (de Jesús de la Pasión), Francos, Placentines, palacio Arzobispal, Catedral (entrada por puerta de Palos o de Campanillas y salida por San Miguel), Gradas, Génova (ambas actual Avenida) y plaza de San Francisco, a donde llegó pasadas las doce de la noche. Estamos hablando de una procesión de ocho horas para cubrir una distancia realmente pequeña. Sí, estas cosas no son exclusivas de hoy. El regreso se haría al día siguiente por Manteros (Granada), Colcheros (Tetuán-Velázquez), Cerrajería (incluyendo un tramo de Rioja), Carpintería (Cuna), Hospital de San Andrés (Orfila), Venera (José Gestoso) y convento de Regina y calculamos que supondría un tiempo similar. Bien por las extraordinarias del XVII.

Hablando de la Inmaculada no podemos olvidar a la hermandad del Silencio. Esta corporación, establecida en su capilla del Santo Crucifijo desde 1579, se destacó bien pronto por su fervor concepcionista, pues hay constancia de un famoso cabildo celebrado el 29 de septiembre de 1615 y presidido por su hermano mayor Tomás Pérez, en el que se hace solemne voto y juramento de creer, proclamar y defender –hasta derramar su sangre si preciso fuere– la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora. Similar compromiso adquirió por aquel mismo tiempo por la hermandad de sacerdotes de San Pedro Advíncula de la parroquia de San Pedro. Ambas corporaciones, pasados los años, pleitearon por dejar claro quién fue la primera, cayendo la resolución en 1874 del lado de esta de Jesús Nazareno. Vemos que esas reivindicaciones de “yo fui antes que aquel” no son solamente de nuestro tiempo. Como recuerdo de aquel voto, en el cortejo penitencial del Silencio van un nazareno con una espada y otro con una vela blanca flanqueando ambos la bandera en la que se leen las siglas de la expresión Quis Sicut Maria Mater Dei Absque Labe Concepta (¿ven como es bueno haber estudiado latín?). Además de esta insignia, la cofradía incorporó otra nueva en 1731 denominada Simpecado o Sinelabe, que fue tomada como modelo para el resto de hermandades sevillanas. Atentos a esto, ya que esta defensa del misterio –recuerden que aún no era dogma– añadió un nuevo concepto al diccionario de nuestra lengua. Busquen si no la etimología de la palabra simpecado. El movimiento a favor de la concepción sin mancha de María germinó alrededor de una antigua talla que aún está al culto en el templo. Se trata de la llamada “del Alma mía”, que se debe al escultor flamenco Hernando Gilman, y que se bendijo en enero de 1615. La particular advocación parece proceder de una expresión del propio imaginero al ver que uno de sus hijos se precipitaba desde un balcón de su taller. Al grito de “Inmaculada del alma mía, sálvalo”, el niño no sufrió daño alguno por la intervención milagrosa de la Virgen. De hecho, el día de la bendición dijo al ver la imagen que “Esta es la Señora que me recogió en sus brazos y me salvó”.

Para no hacer este relato demasiado extenso, concluyamos con el caso de la hermandad de los Negros, tan de actualidad este año por el CD aniversario de su Crucificado y por la recomendable película de Antonio Palacios. Esta corporación, cuyo fervor concepcionista nos lo recuerda cada Jueves Santo su escapulario azul (en su día fue celeste), era verdaderamente humilde en sus medios, por lo que no pudo costear los cultos para defender la Inmaculada Concepción. Para ponerle solución, dos de sus más principales miembros, Fernando de Molina y Pedro Francisco Moreno decidieron venderse como esclavos a pesar de ser hombres libres para obtener el dinero necesario para realizar los cultos. Con tal propósito, fueron a las cercanías de la actual capillita de San José –en la confluencia de las calles hoy llamadas Granada y General Polavieja– y allí proclamaron su intención de entregarse voluntariamente al mejor postor. Un caballero, conmovido por aquel piadoso acto y sabedor de que lo hacían en honor de la Madre de Dios, los compró, liberándolos de inmediato. Recibieron para la Virgen 80 pesos de limosna más 120 que añadió Gerónimo Rodríguez de Morales sobre sus cartas de libertad, con lo que ambos cofrades volvieron a su capilla con el dinero necesario para los actos religiosos solemnes que celebraron aquel año. Se cuenta que ambos dedicaron su vida al servicio de la hermandad, llevando como símbolo de esclavitud un grillete al cuello y viviendo humildemente en las cercanías de la capilla. En la actualidad, ambos ocupan el lugar 2 y 3 en la nómina de la corporación de los Negritos, quedando para el hermano más antiguo del momento el número 4 (a la pregunta obvia de quién es el número 1 les contesto que, atendiendo a que la corporación surgió gracias al arzobispo D. Gonzalo de Mena, el primer número de la nómina siempre lo ocupa el arzobispo vigente en la sede sevillana). Para recuerdo de este hecho, se erigió una cruz en el lugar donde se vendieron, que se llamó popularmente Cruz del Negro o de los Manteros (denominación de la calle General Polavieja en tiempos), y que fue retirada en 1836. Bien haríamos en recuperar también esta memoria histórica y no solo la que convenga a la ideología de cada momento, pero mejor no nos metamos en esos charcos. Concluimos que igualmente sus nombres quedaron inscritos en el monumento a la Inmaculada levantado en la Plaza del Triunfo.

En breve, por reacciones como esta y ante la formal petición de Felipe IV, desde Roma se decretaría la constitución apostólica Sollicitudo Omnium Ecclesiarum de Alejandro VII (1661), que ponía límites a las trabas dominicas y, en general, a las predicaciones contrarias a la opinión concepcionista. Fue el paso previo al dogma, que aún tardaría dos siglos en llegar, pero para el que Sevilla sin duda preparó el terreno de forma decisiva.