Cabildo

Otra Sevilla bajo la luna de Parasceve

Semblanza de la Madrugada del Viernes Santo

José María Pinilla
José María Pinilla
06/04/2023

La noche eterna de Sevilla reúne a algunas de sus devociones más arraigadas y universales. Como en un ejercicio de simplificación con fines educativos, la Madrugada presenta los dos conceptos más clásicos de las cofradías: las de negro y las de barrio, o, si prefieren, las de ruan y las de capa. No es que no haya otros formatos posibles, pero hasta en los esquemas de los más alejados de las hermandades queda clara esta dicotomía. Todo empieza cuando el reloj marca el fin del Jueves y el comienzo del Viernes. Junto al arco y la muralla se abren las puertas de la basílica y una fila interminable –cada vez de forma más literal– precederá la conmovedora escena de la injusta sentencia. Habrá que esperar un buen rato, pero les aseguro que merece de sobras aguardar a la que es causa de nuestra alegría. Véanla y su rostro los acompañará para siempre.

Negras túnicas harán suya una reducida calle entre naranjos tras la Santa Cruz que marca el camino. Las saetas y las canciones –así se llaman los conocidos pitos del Silencio– interpretadas ante los pasos nos llevarán a otro ámbito de realidad cercano a la eternidad. Presenciar toda la cofradía al completo es obligado para no perder detalle de la rica simbología que encierra, desde el cirio votivo y la espada hasta la llave del sagrario que pende del cuello de su hermano mayor. No lejos de allí, desde San Lorenzo aguardaremos la zancada decidida de Aquél en cuyas manos está el poder y el imperio. Los innumerables devotos de cada viernes, de cada cabecera de cama de hospital y de lápidas en San Fernando bajo su efigie testimonian por qué es el Señor de Sevilla. Entréguense a su abrazo a la Cruz y, como bien pregonó en su día Enrique Esquivias, no dejen sola a su bendita Madre de mirada ausente consolada por Juan. Desde el renacido antiguo convento del Valle, que recibió en 1620 el Gran Poder que tallara Mesa, pediremos la necesaria Salud a un dulce Cristo de bronce de andares casi imperceptibles. Su hermosa Madre de las Angustias, ante la que se arrodillan hasta los Grandes de España, nos provocará el suspiro al verla pasar. 

Del otro lado del puente se acercará el Señor caído en tierra mientras se compadecen de Él una madre y sus hijos, que parece que Castillo Lastrucci hubiera sacado de una calle cualquiera de Triana. Su personalísima forma de caminar ha creado escuela y despierta verdaderas pasiones. Tras Él, la Esperanza nos arrebatará cuantas penas pudieran asolarnos. El contrapunto al fervor desatado lo pondrá la sobriedad del Cristo del Calvario, cuyo ejemplar cortejo nos presentará la soledad que padeció María mientras se consumaba la mayor injusticia de la Historia. Lo antes dicho: no la dejen sola. Cuando la mañana sea plena y el ruan se encuentre de vuelta en sus domicilios, no permitan que el mal ejemplo de nazarenos fuera de la fila, en bares o deambulando sin respeto alguno por su hábito les prive de disfrutar de los regresos de las cofradías de capa. La luz que a la tarde se hará mortecina aún brilla con esplendor. Empápense de ella.